Cómplice
Sandy Manrique
¿Y qué hago con la culpa? ¿A dónde puedo ir a tirarla? Nadie sabía que esto terminaría mal. Una pelea antes de entrar a nuestras clases vespertinas. Lola y Norma. Nosotros de audiencia. “Pégale más”. “Dale en la cara”. Ja ja ja. Yo también me reía, sino lo hacía corría el riesgo de que me sacaran del grupo.
Yo estaba en primera fila con mi átomo de unicel en una mano y el celular en la otra. No era la única que estaba filmando, pero mi video fue el que se volvió viral. No sabía que después la policía me haría preguntas para aclarar lo que había sucedido. No sabía que los golpes dejarían a Norma imposibilitada para regresar a la escuela. No sabía.
Hacía tiempo que Lola la molestaba. Le decía jodida, estúpida, fea, negra, mugrosa… La empujaba. Yo no decía nada con tal de que no la agarrara conmigo. Mejor seguirle la corriente. Mejor fingir estar de acuerdo con hacer sentir a Norma como una cucaracha bajo nuestros pies.
Yo nunca había ido a ver peleas. Me asustaban. Siempre había preferido estar en un lugar lejano a la calle en donde se citaban mis compañeros para retarse y tomarse unas chelas. Esta vez fui porque me dijeron aburrida, miedosa, coyona…Yo dije que no era nada de eso y que claro que iba. Y que hasta filmaría el evento.
Y lo filmé. Cada golpe que le dieron hasta que cayó al suelo. Era lunes. Nada interesante sucede los lunes, pero esta vez Lola había citado a Norma afuera de la escuela. Norma quería poner un alto. Había resuelto parar el acoso que la directora había ignorado. Lo que desconocía es que su contrincante agarraría una piedra para agredirla.
Aún cuando la aventajaba, pensamos que no habría consecuencias. En la escuela siempre han existido las peleas. Todo muy simple. Puede ser entre hombres o mujeres. Se anuncia el día y la hora. Se enfrentan, hay un ganador, un perdedor y listo. Esta vez la ganadora fue Lola y la perdedora, Norma.
Había sangre cuando los vecinos llegaron a auxiliar a la pobrecita. La cara pintada de golpes, la nariz rota dijeron y yo de verdad pedí que se recuperara pronto. Pedí que no pasara nada. Pero pasó. Camino a casa me preguntaba por qué no había ido a llamar a alguna maestra. Por qué no llamé a mi mamá. Por qué no ayudé.
Esa mañana ninguno de nosotros auxilió a Norma. Su cuerpo empezó a quejarse de manera silenciosa. Tenía náuseas y mareos. Luego vendrían los vómitos. La información llegó a la escuela junto con los comentarios de unos estudiantes “Bien que se lo merecía por pendeja”. Y yo sin dormir. Con los ojos pelones. Con la culpa sacudiéndome el cuerpo.
Tres semanas después se desmayó en su casa y ya no despertó. A nosotros las burlas nos explotaron en la cara. Llegó la avalancha de comentarios cibernéticos que nos llamaban asesinos e insensibles. Y allá vino mi madre a mi cuarto. “¿Cómo es posible que hayas filmando una escena tan desgarradora? ¿Cómo estuviste ahí y no moviste un dedo para salvarla?”.
Y yo quisiera decirle que la vida en la secundaria es muy difícil como para ser buena gente. Que si te apartas del grupo te pisan y te refriegan en el suelo hasta que de ti no queda nada. Que ella tenía miedo, pero yo también lo tengo. Que no me siento escuchada ni respaldada. Que las críticas llegan, pero nadie se acerca para abrazarme, decirme que siente que haya perdido a una de mis compañeras.
Nadie dice nada. Por eso no duermo. Si lo intento me despierto viendo su cara ensangrentada pidiéndome que la ayude. Diciéndome que sabe que se va a morir en unos días. Que haga algo. Pero no hago nada. Solo lloro como una idiota. Un día que nadie de me vea iré a su tumba a pedirle que me perdone.