Yo Declaro
Juan de Obeso
Permítanme que me presente. Mi nombre es Kurt Von Schneider, doctor en medicina. Obtuve mi diplomatura en la Universität Wien de Austria (donde tengo el honor de impartir la cátedra de Psicopatología Clínica) y quiero declarar, mediante el presente escrito, que los hechos y capacidades relatados por la Srta. David-Néel son veraces, escrupulosamente veraces y probados por mí mismo. La providencia me ha hecho ser testigo de algo que la ciencia de nuestra época tacha de ridículo, y que nuestras anticuadas creencias religiosas consideran milagroso o, en el peor de los casos, herético. No obstante, juro solemnemente que todos los acontecimientos relatados a continuación son ciertos. Quizás sean, incluso, dolorosamente ciertos.
Cualquier elemento de nuestra vida mental está determinado por los hechos de nuestra infancia; los juicios que expresamos, los veredictos que defendemos, no son sino la expresión de nuestra propia biografía: toda opinión es, en definitiva, una íntima confesión del pasado. Este texto que tiene ante Usted, inteligente lector, no será una excepción a esta norma y no tendría, por lo tanto, el mismo valor de no venir acompañado por una (breve) recreación de mi biografía. Nací en la pequeña villa de Hallstatt, en 1876. Mi padre era un próspero comerciante de lanas, con inclinaciones intelectuales tanto hacia las artes como hacia las ciencias (Dos almas anidan en mi pecho, solía decir mi padre, citando a Goethe). Mi madre fue una devota esposa: atenta, cariñosa, siempre preocupada por educarnos en unos valores rectos y piadosos, además de transmitirnos el amor a la naturaleza, su gran pasión. Mis hermanos se distinguieron (como ocurre en mi caso) en las más diversas ramas del saber. Otto Von Schneider, mi hermano mayor, realizó el primer experimento sobre la deflexión de partículas, demostrando que los átomos tiene propiedades cuánticas intrínsecas; Walther Von Schneider sirve con honor y orgullo a nuestra patria y es ingeniero en la Armada, y Gretta, mi dulce hermana, consiguió para sus pinturas una exposición permanente en el Kunsthistorisches Museum antes de fallecer, siendo aún muy joven, a causa de unas fiebres.
Lamento tener que distraer la atención del lector con estas digresiones personales. Soy consciente de que su interés probablemente se encuentre en la demostración (o refutación) de los supuestos poderes mágicos de la Srta. David-Néel. Si escribo sobre mis padres y hermanos es para despejar en el lector la sospecha de un rastro de enfermedad mental en mí o en mi familia: como puede comprobar, siempre nos hemos destacado por una brillante y clara inteligencia.
Respecto a mis propios logros científicos, considero innecesario exponerlos: aquellos lectores más curiosos pueden acudir a la revista Psychiatrics Magazin., 3 (3), 129-138, 1915, para leer mi artículo Priapismo y Melancolía, o consultar mi tesis doctoral Estética masoquista: el arte de Basil Wolverton en el archivo de mi universidad. Fueron mis extraordinarios logros científicos en materia de psicopatología clínica (les ruego que perdonen mi inmodestia), los que atrajeron al doctor Sigmund Freud a reclutarme para su causa. El psicoanálisis era aún una ciencia en formación, y Freud, como líder y padre simbólico del movimiento, estaba deseoso de que los científicos y psiquiatras prominentes participáramos de sus teorías. En 1902, empecé a frecuentar las reuniones en casa de Freud, en Berggasse 19 (“El club de los miércoles”, así lo llamaba él, con su tendencia a la mistificación). Freud acababa de publicar su Interpretación de los sueños, y nuestro alegre grupo de alienistas se dedicaba a desarrollar sus ideas sobre la interpretación onírica, a buscar posibles aplicaciones y relaciones con la psicopatología. Inmediatamente, me di cuenta de que la crítica estaba muy mal considerada en nuestro pequeño grupo. Aunque interesante, he de reconocer que siempre encontré el simbolismo
freudiano excesivo y un tanto pueril. En vano traté de dirigir la conversación hacia los límites de la realidad y el sueño, con ejemplos probados de sueños premonitorios y profecías; en vano traté de introducir temas como las causalidades mágicas, las sincronicidades o los viajes astrales. Todo fue inútil: el club solo pretendía ver un infantil simbolismo sexual en las formaciones oníricas (tengo entendido que un joven discípulo suizo de Freud, ha intentado seguir mi estela en estas cuestiones respecto al psicoanálisis, pero lamentablemente no conozco más detalles).
Fue en estas reuniones precisamente donde oí hablar de la Srta David-Néel por primera vez, y no favorablemente. Acababa de publicar su libro Místicos y magos del Tíbet y había causado una conmoción entre artistas y científicos, interesados por sus experiencias místicas en el lejano Oriente. En su libro, Alexandra David-Néel hablaba de sus viajes por el Tíbet, de los lamas, de vientos con nombres de dioses y demonios, del frio, de las inexploradas cumbres de montañas misteriosas y principalmente (y este fue siempre el principal objeto de mi atención) de los Tulpas. Para aquellos que aún no hayan leído su libro, los Tulpas son pequeños seres formados a partir del pensamiento de una persona, materializaciones físicas de la conciencia humana. Alexandra afirma que los monjes budistas del monasterio de Gangtok le confiaron las técnicas de meditación necesarias para la creación de Tulpas, y que ella misma fue capaz de crear una entidad material, un pequeño monje fantasmal, bajito y regordete, que la acompañaba en sus viajes y que incluso era capaz de realizar trabajos y tareas sencillas. Por supuesto, para Freud y sus acólitos el relato de David-Néel era un ejemplo de alucinación clínica provocada por un estancamiento en la fase fálica de su desarrollo; para mí, su testimonio suponía un nuevo comienzo en nuestro entendimiento de las capacidades del intelecto humano. Me enteré de que Alexandra David-Néel iba a pronunciar una conferencia en el departamento de antropología de mi universidad. Decidí conocerla.
Tras la conferencia, suplique a David-Néel una reunión en mi casa. Tras largos esfuerzos, logré que me confiara el secreto de la creación de Tulpas. El lector comprenderá que no puedo describir con detalle la técnica, al tratarse de un método que requiere un desarrollo personal y moral que no todos los sujetos son capaces de alcanzar. Si diré, por tratarse de un elemento que no aparece en su libro, que los sueños forman una parte importante del proceso. Es durante el sueño cuando la mente dispone de la energía psíquica necesaria para proyectar sus objetos en el mundo. Todos hemos experimentado como las imágenes que observamos en los sueños son mucho más fuertes y vividas que las que observamos durante nuestra vida diurna. Sólo cuando el sistema consciente relaja sus barreras, las formaciones oníricas son capaces de cargarse de una energía psíquica inconsciente lo suficientemente fuerte como para formarse en la realidad, formarse en esa cosa misteriosa que llamamos realidad.
Yo mismo he practicado la técnica de la creación de Tulpas. La técnica comienza con unos cuidadosos ejercicios de respiración. Después, se debe elegir una idea, una imagen, y mantenerla en la consciencia todo el tiempo posible, sin sufrir ninguna distracción. Yo elegí una rosa, la rosa, la pequeña rosa que canta en los versos de los poetas, la triste y simple rosa que esparce su delicado aroma. La recreé con minuciosidad: su color encarnado, la suavidad de los pétalos de seda, el terror de las espinas. Después de horas de meditación, fui a dormir, y al despertar, encontré la rosa entre mis sábanas. Recuerdo mirar aquella flor y pensar: ¿Qué voy a hacer después de esto? ¿Ahora, qué?