Última voluntad
Thelma Moore
Con dificultad atravesé la distancia hasta llegar a la ventana de mi cuarto, estaba contento porque ya no me aquejaba ningún dolor. Descorrí la cortina para disfrutar de la vista del colorido y la energía de la naturaleza, después de tres meses de estar en cama. Me desilusioné al ver que todavía reinaba la negrura de la noche. Regresé a mi lecho, me sentí débil y cerré los ojos. Pensé: “voy a dormir otro rato y saldré al amanecer”.
Salí de la casa, la función todavía no iniciaba, apenas se vislumbraba una línea luminosa que anunciaba el divorcio entre la noche y el día. La raya fue extendiendo su incandescencia, poblando el horizonte con alegres colores amarillos, naranjas y rojos en su intención de anunciar un nuevo día.
El manto luminoso pareciera hacerle el amor a la bruma blancuzca y espesa, reina de la madrugada y, al preñarla, dar a luz al magnífico espectáculo del paso del verano al otoño. Mi ánimo se elevó, era lo que había deseado para solaz de mi alma.
Todavía se apreciaban algunos verdes desfallecientes que sobrevivían al embate otoñal. Sin embargo el bosque de hayas, su vitalidad todavía preservada en esa época, mostraba al mundo su hermoso vestido de amarillos, rojizos y ocres. Y sus hojas, al ser pareja del vientecillo coqueto, bailaban rítmicamente acentuando la gama colorida de su vestido.
Yo me quise integrar, sentí flotar llevado por el viento que me sacó fuera del hayedo, sobrevolé un río de aguas espumosas sobre un azul claro y llegué a un nutrido bosque de pinos verde olivo, cuya altivez mostraban al elevarse hasta el cielo. Aspiré el aroma fresco y reconfortante. Mi alma se elevó hacia las copas de los pinos para disfrutar del paisaje y enseguida una luz resplandeciente me atrajo hacia sí.