Saturnalia y el fantasma de la navidad

Mariona Martínez

Allende el tiempo, cuando los romanos celebraban Saturnalia (que sería algo parecido a la primera Navidad antes de que se convirtieran al catolicismo y celebraran la venida de nuestro Señor), homenajeando la entrega de los regalos de los Reyes Magos. Allende el tiempo, como ya he dicho, se celebraba Saturnalia y el pueblo era feliz. Montaban sus festines, decoraban las calles, hacían sacrificios en los templos y se intercambiaban regalos.

Durante las primeras Saturnalias, todo era amor y respeto, adoración y cariño. Y las familias solían estar muy unidas; cantaban y se regocijaban durante las horas de trabajo. La gente ni siquiera discutía a la hora de pagar los impuestos o recaudaciones para el templo, y todos juntos, con fervor, decoraban las calles para el gran día.

Pero no siempre se vive en armonía y, cuando varias Saturnalias fueron celebradas, en los tiempos en que no se festejaba, llegó entre los hombres el caos y la guerra, que siempre había estado allí, pero no con semejante fuerza y sed de venganza. La población crecía, y unos se separaban y otros se dividían. Las religiones dejaron de ser las leyes de los dioses, y pasaron a ser la ley de los hombres. Cada territorio tenía sus leyes religiosas según el rey, emperador, o tirano que los mandaran, y se dividieron en politeístas o monoteístas. La ley del gran Dios calló, y la de los grandes sacerdotes humanos fueron oídas por todos los lares.

Ya la vieja Saturnalia del pasado quedó enterrada, y surgió una Saturnalia más codiciosa y egoísta, que olvidó la vieja tradición y pudrió el corazón de los más débiles.

En una pequeña aldea, el mismo día de Saturnalia, una huérfana de madre, pero que aún conservaba a su padre, vio cómo, en el mismo día de la celebración, su abuelo fallecía. Y fallecía porque el patrón y señor del campo donde trabajaban ella, su abuelo y su padre, había sido tan avaro que le había negado comprar una medicina a la niña para su abuelo y, enfermo y todo, lo había puesto a trabajar. Qué bárbaro, egoísta y miserable el patrón y, para colmo, en la verbena de Saturnalia. La niña y el padre pasaron la noche de Saturnalia, ayunando y velando al cadáver del anciano; olvidaron prender la hoguera, y el frío de la noche se los llevó de este mundo y fueron a reunirse con el abuelo.

Al verse los tres, sonrieron felices y se alegraron de que, en el mundo de los vivos (o de los muertos), los tres celebrarían Saturnalia.

La niña, dotada siempre de una buena inteligencia, convino con su padre y con su abuelo, que los tres juntos tendrían que convertirse en los espíritus de la Saturnalia, para velar por los egoístas y darles la oportunidad de redimirse antes del fin.

La pequeña dijo:

—Abuelo, tú serás el espíritu de la Saturnalia futura.

El abuelo le contestó:

—He estado en el futuro y allí llaman Navidad a la Saturnalia.

—Entonces, serás el espíritu de las navidades futuras.

Al padre lo nombró espíritu de las presentes Navidades, y ella se quedó con el cargo de espíritu de las Navidades pasadas, para así devolver la fe y curar el egoísmo de las personas mientras celebran las fiestas, hoy en día ya llamadas Navidades, para celebrar el nacimiento de Jesús.

Dice la leyenda que los espíritus se presentan la noche antes de Navidad a aquellos que han perdido toda magia y esperanza, y que se han quedado solos por su egoísmo. Y se presentan para darles una última oportunidad. Algunos la ganan, otros la pierden; no sé quién, pero lo que sí sé es que ellos empezaron dándole la oportunidad al patrón, que no les había dado las medicinas. Hasta que llegue el día en el que el egoísmo decida marcharse del alma y del corazón de los humanos, estos tres espíritus seguirán trabajando; cuando el mundo se vea libre de tanta avaricia, por fin descansarán en paz.