Sanando
Sandy Manrique
Soy una pata de elefante. Una planta también conocida como nolina despeinada o Beaucarnea recurvata, si gustan llamarme con el nombre científico. Supongo que ella se hizo de mí porque requiero de poca agua o quiso añadir un detalle al rincón más brillante de su casa, sentirse acompañada.
Desde mi soleada esquina tengo un dominio perfecto del apartamento en el que convivimos. La veo rodarse de la cama después de estar despierta durante horas, deslizando el dedo en la pantalla del móvil, dormitándose, metiéndose y saliendo de sus sábanas.
Ella pensaba que no era buena para cuidar plantas, de igual forma, me trajo. Cuando llegué a casa, me colocó en una maceta de mimbre en tono chocolate. Sé que le costó más cara que el vestido que se compró ese mismo día; así supe que me quería, que le hacía ilusión platicar conmigo mientras me acariciaba o remojaba mis hojas largas.
Pero los ciclos terminan y se olvidó de regarme el día designado. No me extrañó porque la vi salir corriendo al trabajo retintineando sus aretes y chocando los tacos de las zapatillas. Algo bueno había de estarle sucediendo. Por la noche esperé y ella no vino a dormir. Un tanto sedienta me fui a descansar, soy una planta todo terreno y podía soportarlo.
Uno resiste, pero no luego de meses de abandono. He languidecido y perdido fuerzas. Las puntas de mis hojas ahora parecen de cartón. La ausencia de ella me ha vuelto quebradiza, tímida. Miro la maceta que me contiene y sé que ya no le hago honor. La tierra cuarteada me abraza, mi tronco exprime lo poco que me queda de agua.
Yo la veo ir y venir. Con el cabello suelto y brillante. Si yo pudiera decir algo, solo quisiera recordarle que sigo aquí. Que no me he ido, que ni siquiera puedo dejarla. He perdido la cuenta de los días en que no se ha acercado a verme. Lo bueno de todo es verla feliz.
Mi estado es realmente deplorable. Mi tronco se ha recargado penosamente hacia un lado. Pero no me quejo, de nada sirve, no hubo nadie a mi alrededor que pudiera escuchar mi última hoja cayendo. Todavía pienso que esto que me queda de vida sigue siendo un milagro
De un día a otro ella ha dejado de ir a trabajar. Hace dos días que no se ha bañado y llora con hipos. Quisiera decirle que aquí estoy, que ya no soy fuerte, pero puede contar conmigo. Puedo escucharla en el cuarto respirando trabajosamente. Hoy no la he visto salir, me pregunto si tendrá hambre. Ya ahora no me importa qué pase conmigo. Me preocupa ella.
Esta mañana ha pasado algo fortuito. Una lluvia torrencial ha venido a colarse por la ventana. Ella no tuvo la precaución de haber dejado la ventana cerrada. Esta agua ha sido un elixir. Mis hojas se mantienen secas, pero se han animado, tienen esperanza
Tres días de aguacero me han devuelto la vida. Me siento medianamente bien y he podido salir de mi maceta. Mis ramas se han pegado a la pared, no he sido tan descarada como para andar por el medio. El agua se ha extendido por el piso y ha llegado hasta su cuarto.
Ella está en la cama dormitando. Todo está tremendamente desordenado. Levanto las sábanas y veo su cuerpo cubierto de moretones. Tiene lágrimas secas en las mejillas, lagañas y hasta mocos.
En vez de despertarla, la cubro con mi cuerpo vegetal. Quisiera decirle que no importa que se haya olvidado de mí. Que le quiero. No sé que le haya pasado, pero deseo que se mejore, que vuelva a ser la de antes. Mis ramas abrazan sus delgados brazos y piernas.
La sigo estrechando hasta que mi energía se derrama en su cuerpo: veo sus moretones desaparecer. Ella abre los ojos, y por unos segundos, puedo ver el terror en su mirada, pero mis hojas aprietan suavemente sus manos.
Esa noche entera mis hojas reposan sobre ella. La resguardan mientras no tiene fuerzas para levantarse. Esta vez mis colores refulgen y mis bordes secos se alivian. Me fundo con ella, quien por primera vez en mucho tiempo, mientras duerme, sonríe.