Ratas y policías

Osbaldo Contreras

Brayan subió corriendo por la escalera de la Fiscalía. Necesitaba llegar a la oficina de los forenses, porque iniciaba el servicio social. Era estudiante de la Licenciatura en Criminalística. Luego de haberse presentado con el encargado y de haber escuchado las reglas, salió con el equipo de investigadores a una construcción abandonada. Irían por un cadáver.

—¡Trae la camilla! —le ordenó el forense—. Espero que no vomites ahí dentro: dicen que se voló la cabeza de un disparo.

 

Se abrieron paso entre las personas amontonadas en la entrada del lugar, hasta descender a una habitación casi oscura, tan solo iluminada por las linternas de los policías. 

 

Los destellos del fotógrafo le permitieron ver mejor; así, ubicó el cadáver en una esquina. Lo habían cubierto con una tela.

 

—¡Brayan! —gritó el forense—. Ayúdame quitando la tela; necesito ver el cuerpo. ¿Pueden apoyarnos con luz aquí? —pidió a los policías.

 

Rápido iluminaron al estudiante. Se movía lento; evitaba pisar algún indicio. Tomó la tela por un extremo y la retiró. Al ver el cuerpo, cerró los ojos.

 

—¡Ábrelos! ¡No seas maricón! —se burló el fotógrafo.

 

La víctima se había sentado en el piso, recargándose en el muro. Aún sostenía entre las piernas una escopeta y el pulgar derecho casi en el gatillo. Con la otra mano sujetaba el cañón dirigido hacia donde antes tenía la cabeza. Esta ahora escurría fragmentada por la pared. El cadáver vestía solo un bóxer gris, manchado con sangre.

 

—Es increíble, ¿verdad? Quedó desecha en el muro —comentó el investigador—. Ya que estás ahí, descríbeme la herida.

 

—Debe tener varios días. Está putrefacto —murmuró Brayan.

 

—Ese olor impregnará tu ropa. Aunque pronto dejarás de percibirlo, los que se te acerquen no dejarán de hacerlo. Toma la linterna y describe la herida —dijo el forense.

 

Con miedo, curiosidad y mucho morbo, se acercó para verla. El disparo le había deshecho la cabeza.

 

—Nada más quedaron restos de la mandíbula; a los lados cuelga la piel de las mejillas y atrás un pedazo de la nuca —dijo Brayan; luego iluminó el interior para observar mejor.

 

De pronto fue salpicado en el rostro por sangre, y algo le cayó en el cuerpo. Lanzó un grito agudo; dejó caer la linterna sobre el cadáver, golpeando la escopeta, hasta rodar al piso. Se apagó con el impacto. Los policías alumbraron al estudiante: en el pecho tenía una enorme rata empapada de sangre. Con los ojos brillantes lucía amenazadora; parecían un par de luces rojas. Manoteó tratando de quitársela, hasta que la arrojó al piso. Desesperado, continuó sacudiéndose el cuerpo; se golpeaba por todos lados; además, lo hacía brincando sin control.

 

—¡Te vas a caer! —le advirtió un policía—. El piso está cubierto de sangre; la estás pisando y debe ser muy resbalosa.

 

—¡Cuidado! —gritó otro policía.

 

Un golpe seco retumbó en la habitación. Brayan había caído de espalda sobre el piso. Al hacerlo, pateó un mueble de madera. Los molestos chillidos advirtieron de su contenido: era una madriguera. Por lo menos una docena de roedores huyó por la habitación. Dos corrieron para ocultarse dentro de la manga de la bata del estudiante. Al sentirlos luchó por ponerse de pie, sin lograrlo. Como pudo se hincó a desabotonar la bata. Los guantes ensangrentados, y el pánico que sentía no se lo permitieron.

 

Le corrían por el cuerpo, metidos entre la ropa. Los golpes no le servían, así que tiró con fuerza hasta arrancar los botones, y luego la arrojó al suelo. Se puso de pie apoyándose en el mueble de madera y en la pared. No dejaba de gritar, ni de sacudirse desesperado la ropa y la cabeza.

 

—¡Tienes una en el hombro! —gritó el fotógrafo.

 

Antes de golpearla, esta se metió por el cuello de la camisa. Las patas frías lo hicieron estremecerse; sentía que las pequeñas garras lo rasguñaban en un intento por avanzar. La sangre en el pelaje le dejaba un camino sobre la piel.

 

—¡Dispárenle! —rogaba sin poder quitarse el suéter.

 

El forense empujó a Brayan contra el muro. Lo hizo chocar de espalda. Un crujido dio paso al silencio. Al desfajarse la camisa, la rata cayó muerta al piso.

 

—¡Esto no es para mí! ¡Me largo! —Brayan corrió hacia la salida.