Oscuridad eterna

Andrés García

Desde que la humanidad perdió un poco más de la mitad de su población en la guerra con Marte, se decidió que la única forma de asegurar la existencia, era conquistar a las civilizaciones de todos los planetas vecinos. Marte ya es historia antigua. El capitán  Alexei, conocido como «El Sanguinario Verde», partió rumbo a Venus con la misión de conquistar al planeta. 

La nave de combate tembló violentamente al atravesar la densa atmósfera de Venus. La alarma ensordecedora de los sistemas en colapso y el estruendo del impacto llenaron su interior. Mientras el polvo se asentaba, Alexei se irguió, encontrando  los cuerpos de sus compañeros desparramados por todos lados, en los muros, su sangre escurría formando dantescas obras de arte, gritó el nombre de algunos subalternos… Él era el único superviviente en un mundo alienígena y hostil.

La completa falta de comunicación con la Tierra lo dejó aislado, rodeado por un silencio ominoso. El miedo se apoderó de él, una sensación pesada que se arraigó en lo más profundo de su alma. El radar de la nave captó movimientos en el exterior, pero el espeso velo de la atmósfera venusina le impedía vislumbrar la verdadera naturaleza de lo que se ocultaba más allá de las ventanas. Solo podía escuchar:

—Beep      Beep     Beep—

—Beep   Beep   Beep   Beep—

—Beep Beep Beep Beep Beep—

Las gotas de sudor empezaron a correr por su cuerpo y las pupilas dilatadas con movimientos frenéticos buscaban  sombras en el exterior.

Durante las primeras horas en las bocinas de la nave solo se escuchaba un chirrido, al paso del tiempo los chirridos callaron. ¡Por fin un descanso… ¡

“De regreso a la tierra después de su aventura fallida en Venus, lo exiliaron a la granja de la familia, queriendo olvidarlo todo. Trabaja con su padre y se dirigen a la pocilga pues los cerdos estaban gruñendo”

Los gruñidos lo despiertan, aún se encuentra en Venus, escucha pisadas en el exterior del casco, las pisadas son similares a los octópodos de Marte cuya existencia nunca debería haber sido concebida. Los gruñidos retumbaban en su mente, resonando en cada recoveco de su ser y atormentándolo sin piedad. Su cordura pendía de un hilo.

El tiempo transcurrió en una nebulosa confusa para Alexei. Los días se fundían con las noches y el sol abrasador de Venus amenazaba con consumirlo. La oscuridad de la nave se convirtió en su única protección en contra de las sombras que danzaban más allá de los vidrios sellados. Cada vez que se atrevía a mirar hacia el exterior, solo se encontraba con un espeso cortinaje de nubes de amoníaco y la sensación de ser acechado por ojos invisibles.

Sus sueños se convirtieron en pesadillas. Visiones grotescas lo asaltaban, criaturas marcianas se burlaban en la penumbra de su inconsciente. Despertaba empapado en sudor, con el corazón desbocado y la certeza de que algo más que la soledad habitaba en aquel planeta infernal.

El miedo sembró la semilla de la paranoia en su mente. Cada sombra parecía cobrar vida, cada sonido amplificado por la ansiedad se transformaba en un enemigo invisible. Se volvió cauteloso en cada paso que daba, escrutando cada rincón de la nave con ojos desesperados. La lógica se disipó, reemplazada por el delirio de una mente al borde del precipicio.

Y luego, una noche, sucedió algo inesperado. Los sonidos que emergían de las bocinas cambiaron. Esta vez, se transformaron en palabras susurradas con un tono sibilante. «No estás en Marte, Alexei», musitaron las voces desconocidas. «Te esperamos afuera, para la oscuridad eterna».

Quedó paralizado, petrificado por el terror. Aquellas palabras se convirtieron en su única compañía. Ya no podía distinguir entre lo real y lo imaginario. Las criaturas que solo existían en su mente parecían alargarse y deformarse ante sus ojos, cazándolo sigilosamente.

Tras cinco días de deambular por la nave, con el visor empañado y un arma en la mano, el terror era su hermano siamés, convirtiéndolo en prisionero de su propia angustia. Su cordura, una vez inquebrantable, se resquebrajó en fragmentos irreparables.

Agotado y con sus párpados de plomo, cabeceó. Su grito final no fue escuchado por nadie más que por las criaturas que lo habían estado esperado.