No te cedí todas mis partes

Osbaldo Contreras

Estoy escondida dentro de un closet que no es el mío. En la oscuridad, sentada en el piso, no dejo de escuchar la voz de mi madre en mi cabeza: «No estoy de acuerdo con la relación que tienes con ese hombre». Me lo dijo cientos de veces, de todas las formas posibles que encontró y, pese a sus advertencias, estoy aquí, con él.

 

Llegué ilusionada a su departamento. Me prometió una velada romántica, una cena exquisita y deliciosa poesía para enamorarme más. Todo iba bien; estuvimos en el sillón muy abrazados, pero de pronto cambió: él comenzó a insultarme, se tornó violento; incluso me agredió con los puños. Yo sentí mucho miedo; me quedé paralizada. En las pocas semanas que llevábamos de novio, nunca lo había visto así… entonces dejé de hablarle.

 

No recuerdo haber estado por tanto tiempo en la misma posición, sin moverme. El espacio era muy reducido. No quise quedarme aquí por mi voluntad: esa fue imposición de él; tal vez le molestaba estarme viendo a su lado y por eso prefirió dejarme dentro del closet. Acepto que fui muy estúpida. Demasiado confiada. Debí ver las señales, pero fui muy ingenua. Sigo sorprendida de que haya cambiado tanto.

 

He perdido la capacidad de gritarle; también parece que jamás volverá a ver mis lágrimas. Es extraño cómo, aun bajo las circunstancias en que me encuentro, piense en él: en sus besos, sus atenciones y sus palabras. Vienen a mí muchos recuerdos, como cuando él llegó a comprar un medicamento a la farmacia donde yo trabajaba, y después se presentó: «Hola, me llamo José Zepeda. Soy actor, escritor y poeta». También de las múltiples noches que caminamos juntos desde mi trabajo a mi casa. Sobre todo, viene a mi mente uno de los poemas que me regaló. Lo escribió pensando en mí, y lo atesoro en mi recámara, adherido en el tocador. Esa misma noche que me lo dio, lo memoricé.

 

Me cediste todas tus partes. 

Tu aliento, tus uñas y tus ansias. 

Me vestiste de ti y fui tu ave. 

Canté tu canto que nunca calla.

 

Me enamoraba con sus palabras.

 

Llevo buen rato escuchando a José en la cocina; prepara algo de comer. Creo que tiene suficiente de mí por el momento; eso quiere decir que no vendrá a verme hasta más tarde. Tal vez solo lo haga para botarme de aquí.

 

Se escucha que tocan a la puerta; lo hacen muy fuerte. «¡Es la policía!», gritan. Seguro mi madre los envió para buscarme. Si José me niega, no sabrán que estoy aquí encerrada. Y yo no puedo hacer ruido.

 

—Hola, oficiales, ¿en qué puedo servirles? —dijo al abrir la puerta.

—¿Es usted el señor José Luis Calva Zepeda? —preguntó uno de los policías.

—Sí, ¿en qué puedo servirles? —Sonrió amable.

—Señor Calva, algunos de sus vecinos se quejaron de un fuerte hedor. Dijeron que olía a descomposición —comentó un policía—. ¿Nos permite pasar para revisar el departamento?

José Luis supo que lo descubrirían; sin embargo, frente a los oficiales actuó tranquilo y les permitió el acceso para que realizaran la inspección a las habitaciones. En un descuido de ellos, saltó por el balcón. Sufrió severos golpes en la violenta caída contra la acera. Los policías lo detuvieron, y regresaron a revisar el departamento.

 

Al ingresar a la cocina, quedaron horrorizados con los descubrimientos: sobre la mesa del comedor se encontraba un plato con restos de carne cocinada, varios limones exprimidos y una etiqueta de una sopa Maruchan con camarón. En la estufa seguía la olla, que había servido para cocer la mano y algunos trozos de carne de Alejandra, su novia, quien estaba desaparecida. En el interior de una caja de cereal Corn Flakes, estaba el antebrazo de ella, al parecer frito.

 

Dentro del closet de la recámara hallaron el cadáver de Alejandra. Se encontraba parcialmente desnuda; había sido sentada sobre el piso. José le había amputado el antebrazo. El corte era por arriba del codo. Una bolsa de plástico roja estaba cubriendo la herida…

 

Fue en ese momento cuando pude ser liberada. Me sacaron del closet, para más tarde sentir el último abrazo de mi madre.