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Nicky

Graciela Figueroa

—Hola, buenos días. ¿Hablo con la dueña del gato persa blanco?

—Sí, soy yo. ¿Cómo está?

—Lo siento mucho, pero su gato murió hace un rato.

—¿Cómo? ¿Por qué? ¿Iba mejor, no?

—Sí. Pasó de pronto. Le subió la fiebre. Nada se pudo hacer.

—¡No puede ser! Ahora mismo voy para allá.

                                            ***

—Buenos días, soy Hilda Montes la dueña del gato persa Nicky. ¿Dónde está?

—Pase por aquí por favor.

Al ver el cuerpo inerte, Hilda exclama:

—¡Nicky, mi amor! ¿Qué te pasó? ¿Por qué te fuiste tan pronto? ¡Mi bebé! ¡Eras tan joven, tenías tan solo cinco años! Te debí traer desde el lunes, a pesar de los fuertes vientos. ¿Qué voy a hacer sin ti?

—¿Quiere que se lo ponga en una manta?

Hilda rompe en llanto y dice con un tono suave: sí, por favor. 

—Me harás mucha falta cada día. Diste luz a mi vida. Te mimé hasta el final. Nunca te dejé con nadie más, mi lindo Nicky. Te compré tu cama color azul cielo que siempre te gustó, y tu collar rojo con manchas negras.

—Ya no veré más esos grandes y tiernos ojos verdes, ni tu cola blanca tan larga como la línea de la proa de una nave. Te pondré junto a tu mamá Milly al pie del pino joven del jardín que da al lado oeste de la casa.

                                                   ***

Ya pasó un mes y hay muchas cosas que siempre vuelven a mi mente: su ritual de maullar entre mis brazos antes de dormir. También, cuando un día llegó con un gorrión entre sus fauces que después de jugar con él un rato, lo dejó en un rincón.

 El jardín era para Nicky como un bosque, la vida y el caos. Llegué a plasmar en un lienzo sus gestos y poses en el aire.

Mi alma está de luto y llora cada noche. ¡Te querré por siempre, mi gran Nicky!

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