Namoradeira

Elsa Ojeda

El día que se la arrebataron llovía como solo lo hace en Galicia. Recuerda el olor a asfalto húmedo, el tacto blando de su vestido mojado, el peso de la mochila calada cuando la recogieron de la carretera. Quedaron los libros abiertos sobre las líneas blancas y negras del paso de cebra, expuestos al aire que violentamente empujaba sus hojas. No dio tiempo de un beso; no hubo despedida. El ardor en los ojos lo nublaba todo.

Como ahora que apenas puede alcanzar a ver nada. Ni siquiera con los prismáticos. Quizá debería operarse. Ya se lo advirtió el oftalmólogo; con los años iría a más: “¡Pero Francisco, ­­¿dónde se ha visto un farero con cataratas?!”. Se sonríe mientras se sirve otro té.

La jornada ha sido calurosa, pero ahora la tarde cae bajo un manto plomizo, corre una ligera brisa y el mar comienza a agitarse después de parecer embriagado todo el día.  La corriente hace bailar las piedras a los pies del acantilado, provocando un murmullo constante, como el de un bateador de oro que llena de arena su bandeja haciendo correr en ella el agua, separando lo inútil de lo valioso.

El reloj de la sala de control marca las siete y media. «Habrá que subir». Antes ascendía los 250 escalones en apenas diez minutos. 42 años después, aquel trayecto le lleva casi media hora. Al menos, ahora basta con hacerlo una vez al día para comprobar que todo funciona. A su paso por el segundo piso, cierra el ventanuco de la vivienda. No le gusta dejarlo abierto cuando va a la cúpula.  

El rumor de las olas ha dado paso a un viento racheado que golpea rítmicamente el fuste del faro a la altura ya del balcón. Se detiene a tomar aliento. No se queja; con la automatización del encendido y apagado, apenas hay ya qué hacer allí. Esto le hace sentir útil y le da la oportunidad de asistir cada día a un anochecer distinto. Hoy, los tonos anaranjados pugnan con la amenazante masa purpúrea que avanza inexorable desde las entrañas del mar hacia la costa.

A los pies del faro las namoradeiras danzan frenéticas. Es sorprendente la fortaleza de esas flores violáceas de fino tallo que nacen de las rocas y resisten los embates del viento intenso de la costa gallega.

Teño una herba de namorar, teño pensado quen á levar, na faltriquera heicha de poñer, para namorarte a ti muller” [1]. La voz de su abuela cantando aquello, mientras remendaba redes a la puerta de casa, permanece vívida en su memoria. “Paquito, ¿tú a quien regalarás la namoradeira?”, bromeaba, guiñándole un ojo. “Avoa, deixame…”.

Nunca le regaló una flor de aquellas a Amelia. «Así de tonto era». Aquellas leyendas populares, a camino entre la ignorancia y la superchería… Así las juzgaba. Y así se fue Amelia, con el vestido calado y sin namoradeira.

Para cuando llega a la cúpula, las olas embravecidas alcanzan ya los 15 metros. Hace frío. Un relámpago sesga el cielo en dos; el trueno posterior hace temblar la vidriera como si fuera papel celofán. A vista de prismático, no puede ver ningún barco en el horizonte. El suspiro de alivio se ve ahogado por la lluvia que martillea la bóveda; arriba, la linterna hace su función ajena al estruendo.

Pam, pam, pam… La contraventana del ventanuco de la vivienda bate con furia sus hojas, cediendo paso al agua que corre escalera de caracol abajo. «Pero si la he cerrado…» «Se inundará toda la planta baja». Baja como puede; las zapatillas caladas le pesan como plomo. Las tira y descalzo llega a la puerta de entrada.

Lo primero que ve al abrirla es a ella. El vestido, calado por el agua; el pelo, empapado sobre los hombros. Extiende la mano hacia Francisco, mostrándole la palma al descubierto. “Me debías una”, le dice.

Cuentan que cuando lo encontraron, a 20 metros de la puerta del faro, sonreía aun muerto. Hasta allí le arrastró la ola más grande jamás vista en el faro hasta la fecha. En su bolsillo encontraron una namoradeira y la pequeña fotografía de una joven Amelia a la puerta de la escuela.

[1] Canción popular gallega: “Tengo una flor para enamorar, tengo pensado a quién llevársela; en la faltriquera te la pondré, para enamorarte mujer”.