Millonario virtual

Darío Jaramillo

Octavio acudía al vertedero de basura diario; le gustaba llegar temprano, antes de que el sol levantara el olor a podrido. Escogía un lugar al azar y se paraba, evocando a los espíritus de los duendes que roban cosas por diversión, pidiéndoles que le indicaran dónde debía cavar.   

En el lugar todos lo conocían como El Inge porque, en su otra vida, antes de caer en las garras de la obsesión, había sido un exitoso ingeniero, hasta aquel día en el que su vida tomó un camino diferente.

La noche anterior había estado trabajando hasta tarde en un proyecto que debía entregar para la división de cómputo de Apple. En un punto de la madrugada, se encontró con un bloqueo mental, que atribuyó al desorden que había sobre su escritorio, así que comenzó a limpiar frenéticamente, sin darse cuenta de que había echado al bote de basura un USB de acero inoxidable que contenía 350 bitcoins.

Como a Octavio no le gustaba dejar las cosas a medias, tomó las bolsas de basura, y las sacó a la calle para que el camión se las llevara a primera hora de la mañana y no perdiera tiempo en esa tarea antes de salir hacia el trabajo.

Fue después de la presentación cuando una noticia hizo que palideciera; el precio del bitcoin había alcanzado su máximo histórico: se cotizaba en 64.000 dólares por unidad. De repente, una clara imagen de él tirando el USB entre la basura de su escritorio apareció en su mente, abofeteándolo.

No había tiempo para explicar nada; tomó las llaves de su auto y salió apresurado hacia su casa. Cuando llegó, descubrió con horror que el camión de la basura había recogido los botes tres horas antes, así que intentó primero localizar la ruta y después, cuando no lo consiguió, condujo a toda velocidad hacia el basurero municipal.

Para su horror, los camiones ya habían descargado todo lo recolectado durante la mañana y las montañas de basura se elevaban ante él. Por 22 millones de dólares, bucearía entre los desperdicios si era necesario para recuperar ese USB, así que empezó a escarbar frenéticamente. Sabía que las primeras horas eran cruciales para recuperarlo, pero no tuvo éxito.

 

Esa noche regresó a su casa solo para bañarse y poder estar en el basurero temprano al día siguiente y el día después de ese, y así sucesivamente. No comía, dormía poco, dejó de asistir a su empleo, por lo que fue despedido. Perdió su casa, y se alejó de sus amistades ante la negativa de estas de acompañarlo a buscar entre la basura y la sugerencia de que buscara ayuda psicológica.

Todos los pepenadores conocían su historia y, aunque en un principio la recompensa a cambio de recuperar el USB les había parecido jugosa, tener que interactuar con él y escucharlo hablar todo el día de criptomonedas acabó por hartarlos, y también se hicieron a un lado.

Sin embargo, El Inge continuó su labor; uno de los días que se encontraba evocando a los duendes traviesos, un llanto lo sacó de concentración. Miró hacia uno de los montones de basura y encontró a una mujer. Su nombre era Milena. Había perdido en la basura el anillo que su abuela le había regalado antes de morir. 

 

––Te ayudaré a buscar; sé lo que es perder algo valioso ––le dijo Octavio a la mujer, quien esbozó una sonrisa tímida.

––Sé que es una locura; es como tratar de encontrar …

––Una aguja en un pajar ––la interrumpió Octavio—. Olvídate de eso, sécate las lágrimas porque lo vamos a localizar ––dijo animado, mientras le hacía espacio junto a él para que excavara.

En su interior no cabía de la felicidad; tal vez los duendes le habían escondido el dispositivo, pero le habían llevado a una compañera. Su corazón estaba rebosante: por fin tendría con quién compartir sus millones cuando encontrara el USB.