La embajadora del entierro
Manuel Alonso
Mi padre decía, en tono de sorna, pero con un alto grado de verdad: “Mi funeral va a estar lleno de gente, mientras que al de tu madre no va a asistir nadie”.
―No seas cruel, papá ¿por qué dices eso?
―No, m’ijita, te lo digo en serio. Es que tu madre asiste a todos los funerales, y yo no me presento a ninguno.
―Ay, papá, siempre con tus bromas.
Pues mi padre partió, y sus palabras fueron proféticas. Para preparar sus exequias, decidimos que nuestro único hermano se encargara de todos los trámites pertinentes, recomendándole que adquiriera el paquete más económico disponible.
Cuando llegué a la funeraria, nos encontramos con un féretro espantoso: color dorado, brilloso, con remates exageradísimos, digno de un capo del narco. Mis hermanas no sabían cómo de mitigar la vergüenza, y lo primero que se les ocurrió fue tratar de disimular la caja, para lo que adquirieron una cantidad ridícula de coronas y arreglos florales que colocaron a su alrededor.
―No lo puedo creer, Rogelio, ¿cómo pudiste comprar esa cursilería? La mejor representación del art narcó.
―Ustedes me pidieron el más económico y ese es el más económico.
―¡Qué barbaridad! No lo puedo creer, qué poca ma… nera.
Fui a renegociar con el vendedor y me indicó que había alternativas. Me llevó a la sala de exhibición como si se tratara de venderme un auto. Había una gran variedad; no entendía cómo me hermanito había tenido el tino de escoger el más horripilante.
―Para su presupuesto señorita, tenemos el modelo Eternidad, de fina madera, con doble tapa para que se puede exhibir al finado, paredes de lino…
―Ya, ya, yaaaaa, lo interrumpí. Ese está bien.
―Bueno, les pediría que dejaran la sala para que podamos proceder a colocar al finado en su nuevo espacio. Le ruego también que me firme este documento.
―¡¿Cómo?! Me lo va a cobrar. ¿No es solo una sustitución?
―No señorita, lo lamento, pero el otro féretro ya fue usado, y usted entenderá que la política de la empresa es proporcionar cajas para estrenar.
Me fui haciendo una muina de proporciones indescriptibles, recordándole al vendedor a todos sus muertos y mentándole la madre al desidioso de mi hermano, aunque fuera un autogol. Total, que el sepelio económico, entre flores y dos ataúdes, se convirtió en uno digno de un Jefe de Estado, bueno, de un presidente municipal, para no exagerar.
Entendí que no era momento para hacer corajes y ya, todos calmados, empezamos a recibir a la gente. Tal como lo había predicho mi padre, arribó una enorme cantidad de amistades y parientes, correspondiendo a mi madre, la embajadora de los entierros.
Cuando llegó la hora de la misa, el salón estaba repleto. Corría la celebración, y tocó al sacerdote (que venía incluido en el paquete económico) dirigir unas palabras sobre el difunto. Previamente, nos había solicitado algunos datos sobre nuestro padre para incorporarlos a sus palabras, como si fuera la versada de un son jarocho.
“Despedimos a Don Rogelio, un hombre probo, trabajador, excelente padre de familia, incomparable hermano y amoroso hijo, quien parte de este mundo, dejando un legado de bondad y ejemplo de vida”.
Yo observaba a mi madre muy inquieta. Pensaba que estaba conteniendo el llanto. Y el padre continuaba:
“Don Rogelio fue también un profesional que compartió sus conocimientos tanto en la academia como en su respetado despacho de abogados. Fue un hombre generoso y compasivo, siempre preocupado por el prójimo. Por eso se ganó el reconocimiento de propios y extraños”.
Para entonces, mi mamá me hacía señas para que me acercara. “Qué raro —pensé—, se sentirá mal”.
Fui de inmediato hacia ella, con la mayor discreción para no interrumpir la ceremonia, ni tampoco llamar la atención.
―¿Qué pasa, mamita?, ¿todo bien?
―Ay, mi reina, quiero pedirte un favor enorme —me dijo angustiada—. Cuando puedas, y con la mayor mesura posible, acércate al féretro y asómate a ver si el que está dentro es tu padre. No vaya a ser que, cuando lo cambiaron de caja, nos dieron la nueva con otro muertito, porque lo que está diciendo el padrecito no tiene nada que ver con tu papá.