La conferencia
María Posada
Joaquín había sido recientemente ascendido a jefe de plantilla, e incluido en un viaje laboral a Londres junto con otros compañeros, para tomar parte en una importante conferencia empresarial. Ilusionado ya había encargado tarjetas reflejando su nueva posición. Eventos pasados volvieron a su cabeza, cuando Garzo, un compañero que también viajaba con él, le hizo una pregunta personal.
─ ¿sabes que Lucia enviudó?
─ ¿Pero de que Lucia me hablas? Respondió Joaquín, haciéndose el desentendido.
─ ¡Pero hombre si siempre andabas detrás de ella!, hasta que te dio calabazas.
─ ¡Ah! esa Lucia, en realidad nunca tuve intenciones serias hacia ella.
─ Ahora vive en la capital británica.
─ ¿Así?, los que no consiguieron buscarse la vida aquí, van a fregar platos al extranjero.
─ Ya veo que no la has olvidado, dijo su compañero con ironía.
Al cabo de unos días, un sábado de mañana, frío pero soleado, aterrizaron en Heathrow, alojándose en un hotel céntrico. Londres, como siempre, aparecía abarrotado de humanidad.
─ Joaquín, la conferencia es por la tarde, ¿me acompañas a ver la ciudad?
─ Le he prometido a mi mujer que le traería una bolsa de Harrods.
─ Yo no voy a Knightsbridge ni loco, total para meterme en una tienda opulenta, de precios desorbitados. Te veo en el salón de actos.
Joaquín se dirigió solo a la famosa tienda para cumplir el pedido de su mujer. Vestido con su flamante abrigo largo y traje nuevo, especialmente comprado para el viaje, tenía todo el aspecto de ser un hombre de negocios adinerado. Cerca de Knightsbridge se metió por un paso subterráneo, una hilera de vagabundos ocupaba todo el túnel. Algunos permanecían tumbados en sus sacos de dormir, otros estaban sentados al lado de sus perros. Se respiraba frío y humedad.
─ Please sir, any spare change?
¡Cuánto vago hay aquí! Exclamó Joaquín. A la salida del subterráneo, el icónico comercio, rodeado de autos caros con insignias diplomáticas, se alzaba imponente. Joaquín entró en la tienda y deambuló por sus plantas. Después de cumplir con el pedido de su mujer, harto de tropezarse con precios prohibitivos y una multitud de turistas, abandonó el edificio. Caminó sin rumbo por la ciudad hasta que, al cruzar una calle, divisó un café, pequeño, pero chic; cuál sería su sorpresa, cuando vio que la mujer que recogía y limpiaba las mesas, era la mismísima Lucia, quién apenas había cambiado.
Joaquín respiro hondo, el momento de su venganza parecía haber llegado. “Lo que es la vida, cuando la conocí, yo estudiaba empresariales, ella solo hacia un curso de administración. Pudiendo haberse casado conmigo y ahora vivir como una reina, va y decide juntarse con un peón de albañil”. Sintiéndose henchido, se acercó a pedir a la barra, Lucia muy tranquila lo atendió.
─ ¡Joaquín!, cuanto tiempo,
─ Hola Lucia, que sorpresa, no sabía que te dedicabas al catering
─ Pues si, me dedico a la restauración, ¿Qué deseas tomar?
─ Un expresso
─ ¡Aquí lo tienes! Discúlpame, tengo clientes.
─ ¿Me puedes traer algo de comer?
─ Perdona, este café es un autoservicio, tienes que coger la comida en los estantes y luego pagarla en la barra.
─ ¡Mujer no te enfades!
─ No, si no me enfado.
─ Ya me voy, tengo una importante reunión.
Joaquín salió del café, dejándole una libra de propina y su tarjeta sobre el mostrador. Sonriente e hinchado cruzo las calles a trote para llegar al evento. Allí, pletórico se sentó al lado de Garzo al que contó que Lucia trabajaba de camarera en un cutre café. Todo transcurrió como estaba previsto, hasta que al final de la conferencia, tuvo lugar la entrega de premios al mejor empresario de Europa. El presentador anunció quién sería el ganador indiscutible de este año por su innovación y compromiso, propietaria de una cadena de restaurantes y cafés.
Lucia subió al escenario y dio un fabuloso discurso, explicando sus inicios, como junto a su difunto marido había creado su empresa y como a veces, todavía trabajaba en sus locales para ver cómo era la realidad de sus empleados. Terminó su intervención, citando al poeta Kraus: “Aparentar tiene más letras que ser”, recibiendo una gran ovación.
Joaquín palideció.
Llovía y las calles de Londres estaban casi vacías.