Hasta el último tren

JL Rivas

Un beso. Un temblor. Una caricia. La tarde es lluviosa y fría. Se hace de noche antes de tiempo. Con las sombras, mi angustia crece. No quiero estar solo. No quiero pensar. Ella no volverá. Ha sido el beso del adiós. Ambos lo sabemos. Nos dimos tanto amor que lo gastamos. Estaba en sus ojos, no hacía falta decirlo. Suena un silbato. El tren se va. Ella arrastra su pena por el andén. Con esa tristeza escondida que me enamoró. Pero ya es tarde. Es mejor así.

Abandono la lúgubre estación. La lluvia arrecia. Los coches salpican al pasar. No sé adónde ir. Entro a un bar. Un café y un coñac. Luego un coñac sin café. Y luego otro. Quiero hundirme en la nada. O no salir nunca de este bar. Ni fuerzas tengo para huir. Vivir aquí para siempre. Sin horizonte. Mirando la fila de botellas tras el mostrador. La imagen borrosa del dueño, que mira la tele. 

Entra una pareja sacudiéndose la ropa mojada. Un paraguas para dos. Ríen, alegres, cariñosos. Sus risas son una puñalada. Hoy nadie puede reír. El amor ha muerto. Por favor, no rían. Esta noche no. 

Un abuelo entra al bar frotándose las manos. Se mira los zapatos. Tiene los pies mojados. Juraría que también está solo. Debiera estar en casa, frente a una sopa caliente. Lo miro y me mira. Levanto la copa, invitándolo. No sé por qué lo hago. El dueño le sirve y le palmea la espalda. Estás empapado, Pepe, le dice. Es del barrio.

La lluvia amaina. En la acera hay baldosas flojas. Ya me las conozco. Se quejan  al pisarlas. La vereda lleva al puente sobre el Riachuelo. Es un monstruo de metal. Negro. La escasa luz del muelle oculta las barcazas. Aguas aceitosas reflejan colores fatigados. Miro hacia abajo. Es profundo. Oscuro. Escojo un espacio entre dos barcos. Es suficiente. Será rápido. Miro hacia los lados. Una sombra se acerca. Se encarama en la baranda. Duda un momento. ¡Oiga! ¡Espere! ¡No haga esa locura! Voy hacia él. Me mira extraviado. Parece joven. No es justo. Al final desiste y llora. No siento que haya salvado una vida. Fue un impulso. Pero él ha salvado la mía.

Es temprano. Los trenes llegan a la Estación Central. Repletos. Ruidosos. La gente camina dormida. No estoy seguro de encontrarla. Su móvil no contesta. Quiero verla por última vez. Tocarla. Apretarla contra mi pecho. Sin ella no puedo vivir. Unos brazos me cogen por la espalda. Mi corazón da un salto. Nos besamos. Respiramos juntos. Nos abrimos paso. No hace falta hablarnos. Cojo su bolso y caminamos abrazados. Despacio. No importa el tumulto.

Anoche soñé que estabas en peligro, me dice. No pude dormir. Y lo estaba, le contesto, un joven me salvó. Quiso matarse. Ambos aprendimos el valor de vivir. Donde hay vida, puede haber un resquicio de amor. Busco sus labios cálidos. Sus ojos brillan. Es hermosa. Cómo pude ser tan ciego. Le pido perdón. Entramos a un café. No dejo de mirarla. Tenemos todas las horas. Todos los días. Toda la vida. Hasta el último suspiro. Hasta el último tren.