Freud vs Jung
Olivia Castillo
No sé por qué me llamó la atención esa chica. Hablaba y hablaba como si fuera un perico. ¿Y qué decía? Lo más extraordinario es que no decía nada sustancial, pero parecía feliz. Por mi parte, jamás digo algo si antes no lo pienso con mucho cuidado. Ella vestía unas mallas amarillo pollo, un vestido morado y unos zapatos blancos con altas plataformas, que según Tania, mi prima, estaban de moda. Por eso la invité a salir, aunque inmediatamente me arrepentí.
El maestro de psicoanálisis nos sugirió que eligiéramos a una persona cualquiera para estudiarla. Y qué mejor espécimen que la amiga de Tania, Magnolia. Ambas visitaban regularmente a mi madre y a veces se quedaban a comer con nosotros. Cuando eso ocurría, por lo general, me recluía en mi cuarto a practicar mi clarinete, porque sus pláticas eran insulsas y me parecían tediosas. En cambio a mi mamá la divertían.
¿Por qué Tania y Magnolia se llevaban tan bien si eran tan diferentes? Benjamín Franklin, físico, decía en un estudio que los polos opuestos se atraen y que los polos iguales se rechazan, pero que en cuestiones humanas esa regla no funcionaba, de no ser así, cómo se explica que Tania, tan bonita, elegante, exquisita en sus modales, fuera amiga de Magnolia. Esto quería decir, según deduje, que mi prima en el fondo era tan soez como su amiga, o bien, que su amiga, muy en el fondo, era tan correcta como mi prima. Cuestión de enfoques.
Me estaba preparando para salir a la cita cuando una llamada a mi celular, me distrajo; era Magnolia. Me avisaba que no podía asistir a la cita y que después “ella me llamaba”, luego colgó sin darme una disculpa. Por un lado, su llamada me libró del compromiso, pero por el otro, me generó cierta incomodidad que lastimó mi ego. Me contenté dándole la razón a Freud que argumentaba que el hombre es anatómicamente superior a la mujer y que ésta siente envidia por su pene.
Dos semanas después, cuando estaba en mi clase de clarinete, recibí nuevamente la llamada de Magnolia. Me invitaba a su casa, “ahora que tenía tiempo”. Estuve a punto de bloquear su llamada, pero al final, acepté. Su casa en nada se parecía a la mía, esta lucía como si un tornado hubiera pasado por ella. Había ropa y trastes sucios por todos lados, papeles tirados, en fin, un desastre.
― Siéntate donde quieras ― dijo, señalando hacia unos sillones.
― ¡Gracias! ― contesté un poco inhibido.
― ¡Bueno!, ¿Qué quieres de mí? ― dijo burlona, abriendo descaradamente las piernas.
Me ruboricé al instante, no esperaba semejante recibimiento.
― ¡Relájate!, sé que no vienes por lo sexual, sino por lo que represento ― señaló, prendiendo un cigarro y cruzando sus piernas verdes.
― ¿Y qué representas? ― pregunté asombrado.
― Tantas cosas, pero la principal es la libertad. Algo que tú no puedes practicar porque estás atrapado en ti mismo.
― ¿Qué tonterías estás diciendo?
― Te he observado desde hace algún tiempo y la verdad no sé cómo puedes vivir así; vacío, enterrado en una casita que parece de muñecas donde no pasa nada. Lo único que te salva es el clarinete, que tal vez lo practicas porque es una extensión de tu…
― ¿Qué?, ¿aparte de tonta eres locas?
― Sabes, éramos compañeros de clase, pero nunca te fijaste en mí, hasta que me viste con Tania. Posteriormente, me salí del curso porque el maestro de psicoanálisis es una porquería; Freud, una mierda y tú un iluso que cree que una persona puede estudiarse como si fuera un bicho, sin tomar en cuenta su opinión, sentimientos, emociones y mucho más. Si me hubieras consultado sobre lo que querías hacer, lo hubiera aceptado. Además, te sugiero que vivas, que experimentes, que tengas sexo, porque… no sé qué clase de psicólogo traumado vas a ser.
Salí de la casa de Magnolia cargando todos mis pedazos que destrozó sádicamente y espero poder reconstruirme. Desde hoy Freud está muerto para mí, ahora le pondré más atención a Jung que dice que la mujer tiene una fuerza mágica a la que hay que tenerle miedo.