Faustina
Ana Fortuny
ꟷLlegas un poco tarde. ¿Cómo te fue hoy, amor?
ꟷBien, con doña Faustina siempre me va bien. Pero salí triste.
ꟷ¿Y eso?
ꟷEl hilo que la sostiene es muy delgado.
ꟷNo me digas. ¿Cuántos años tiene?
ꟷNoventa y cinco, ya casi noventa y seis. Si la vieras en esa cama…
ꟷCon todo lo que me has contado, …podría dibujar las arrugas de su rostro.
ꟷSí , esas arrugas. Se cruzan como pequeños caminos que no saben a dónde ir. Bajan desde la frente por las mejillas hasta la barbilla. Luego regresan por las comisuras de la boca a un lado de la nariz y suben alrededor de los ojos, sinuosas, incontables arrugas.
ꟷ¿Puede caminar?
ꟷNo. Ya casi no puede moverse.
ꟷ¿Y su mente?
ꟷTiene días buenos y días malos. Últimamente me pregunta “¿Quién es usted?”. Soy Nelly, su enfermera, le explico. Después me dice “Creo que me oriné.” Y yo le digo, que no se preocupe, que tiene pañal. Y se avergüenza.
ꟷPobrecita. ¿Y qué haces?
ꟷLa subo a la silla de ruedas, vamos al baño y la desvisto. Le quito el pañal, la limpio, y el agua tibia tiene ese poder, ¿sabes?, como si la reviviera. Hace el esfuerzo y se yergue un poco, un poco nada más y se vuelve a encorvar. La enjabono, le echo más agua en su espalda, en su pelo gris, en sus pechos flácidos que caen como peras descoloridas y en sus pies. Podría decirte que la piel cubre sus huesos. No sé a dónde se ha ido la carne de sus brazos y de sus piernas.
ꟷ¿Cómo habrá sido antes?
ꟷEra alta, guapa, con el pelo muy negro y unos ojos almendrados. En la sala hay fotografías. Son fotos de hace más de sesenta años. En uno de sus días buenos le pregunté si había tenido pretendientes.
ꟷ¿Y?
ꟷTres o cuatro, me contestó.
ꟷ¿Todavía se acuerda?
ꟷTiene presente a uno. A un tal Fermín. ¿Y cómo era Fermín, doña Faustina?, quise saber. “Parecía un caballo”, me respondió. “Me llevaba a todas partes.” Y en ese momento lo vi. Fermín era su centauro. Ahora, cuando no quiere comer, le digo que si se porta bien, que si abre la boca y se come su puré, le contaré una historia del hombre que parecía un caballo.
ꟷ¿Y funciona?
ꟷAh, vieras. Abre los ojos grandotes y me mira, y abre la boca y se come las verduras, el pan, la pechuga de pollo, con tal de oír la historia. Ella no sabía qué era un centauro. Ahora lo sabe.
ꟷEs tu niña.
ꟷSí, mi niña anciana. Le cuento que Fermín es muy fuerte y que le gusta salir a cazar, que nos trae faisanes y conejos y que estará muy contento cuando las dos probemos un pedazo de sus obsequios.
ꟷ¿Te cree?
ꟷ¿Me cree? Claro que sí, suspira y sonríe, y cuando le llevo el almuerzo, me dice, es faisán y junta sus manos, como en un aplauso, un solo aplauso.
ꟷMmm..
ꟷAyer me dijo que cuando era joven le gustaban los besos de Fermín.
ꟷ¿Y qué le dijiste?
ꟷQue a él también, pero que ahora le gustaban más sus abrazos. Y la abracé, le di un abrazo apretado y muy largo. Le dije, así doña Faustina, así tiene que abrazar al centauro. Cuando esté solita en su cama, dele un abrazo a Fermín, a ese hombre que sigue siendo joven y que la lleva a todas partes. Le dije que por las tardes, cuando ella se queda dormida, Fermín galopa en el campo con dos mujeres. Una tiene el pelo negro muy largo y va sentada en la parte de atrás. Delante de ella va la otra con su pelo gris; ya ha perdido la fuerza, pero se agarra a las crines para no caerse. Le dije que él siempre la estará esperando.
ꟷ¿Nelly? ¿Qué vas a hacer cuando se vaya doña Faustina?
ꟷLos veré pasar a los tres por la ventana, amor, los veré pasar.