Expiación | Thelma Moore
El tren recorre imperturbable su trayecto hacia mi antiguo pueblo. A través de la ventana se presenta ante mí el escenario verdoso de una naturaleza creciente por la temporada de lluvias. Los goterones, que resbalan por el vidrio, se me figuran lágrimas como las que se escurren en mi alma.
Tengo dudas por estar aquí, ¿cómo me deje influenciar por la siquiatra? Mis ansias de ya no vivir angustiado me orillaron a escucharla de que la única manera para sanar mi sique era enfrentarme con el pasado, pues los tratamientos no funcionaron.
No quiero que me reconozcan. No sé cuánto ha crecido el pueblo del que salí hace quince años. Desde entonces cargo con una congoja interna que no me deja ser feliz desde el verano ensombrecido por aquel desdichado evento. Los recuerdos se agolpan en mi mente.
“Desde el primer año de secundaria entablé amistad con Víctor. Nos unió mi deseo de protegerlo del acoso de los compañeros porque era introvertido y tartamudeaba. Él se apegó a mí y no fui capaz de desilusionarlo. Siempre lo animé para que tuviera más seguridad en el mismo.
El último día del segundo año de secundaria, el grupo decidió ir al lago. Entre las actividades se encontraba el saltar del Risco del Diablo: una roca como de seis metros de altura y del cual se lanzaban los intrépidos. En el trayecto Víctor me comentó:
—Jorge, ya conoces mi temor a las alturas y al agua. Voy a quedar como un miedoso, me van a fastidiar aún más.
—No, Víctor, cálmate —le dije con voz decidida—, yo voy a estar contigo, no temas.
—¿Cómo me vas a ayudar? ¿Vas a acompañarme antes de echarme al agua?
—Claro que sí, cuenta conmigo.
—Prométeme que si no me atrevo, tú me empujarás. No quiero enfrentar las burlas de los compañeros, prefiero morirme —me susurró con voz temblorosa.
—Sabes que cuentas conmigo —le dije con voz segura.
Llegamos muy alegres, riendo y bromeando. Después de echar suertes a Víctor le tocó tercero en lanzarse. Solamente me miró, como un niño que recurre a su padre para su protección.
Trepamos al risco. El primero se lanzó emitiendo un estrepitoso grito, el segundo corrió un pequeño trecho y se arrojó con decisión. Víctor caminó indeciso y yo lo seguí, tal como le había prometido. Al llegar al extremo de la roca, se quedó viendo el agua como hipnotizado. Todos estaban expectantes, esperando que no se lanzara para apabullarlo y entretenerse. Yo pensé, “no se les va a hacer” y cuando vi que dudaba, decidido, lo empujé. No opuso resistencia, no emitió ningún sonido y cayó de espaldas al agua.
Me asomé para lanzarme en caso de que necesitara ayuda, pasó un minuto y no salió, esperé otro más y no aparecía. Me lancé desesperado para rescatarlo, cuando lo encontré estaba inerte en el fondo del lago.
El encargado escolar le proporcionó el RCP*, pero no reaccionó. Nunca olvidaré las miradas de mis compañeros culpándome por haberlo empujado. Nadie comprendería que lo empujé en mi afán por ayudarlo.
En la investigación posterior les expliqué que Víctor era mi mejor amigo y por esa razón traté de apoyarlo como me había pedido. Lo que me salvó de la pena fueron los testimonios de los compañeros y de la familia al testificar que siempre me había preocupado por él.
No obstante, la sociedad me juzgó culpable, me aislaron de invitaciones y actividades al grado tal que mis padres me enviaron a vivir con unos tíos a otra ciudad.”
El pueblo sigue casi igual. Pernoctaré en un hotel y mañana iré al lago.
***
He llegado al lugar, los recuerdos me atosigan. Subo al risco, camino el trecho hasta la orilla en la que lo acompañé en sus últimos momentos. Estoy decidido a lanzarme y reunirme con él para expiar mi error. El agua me recibe, envolvente. Imagino a Víctor mientras me sumerjo cada vez más. De pronto, una corriente inusual me eleva a la superficie y la brisa refresca mi rostro. Un susurro que parece decir “gracias” llega a mis oídos junto con una paz que hacía años no experimentaba.
*RCP Recuperación cardio pulmonar