En aras de la ciencia | Andrés García

¿Alguna vez se han preguntado cómo es morir? ¿Qué sucede durante el último latido? Yo llevo años obsesionado con esta interrogante, desarrollando teorías sobre la transición final de la vida. Sin embargo, comprobar estas teorías ha sido un desafío. Tras estudiar antiguos rituales y tratados sobre el alma, construí el Osmo Rads, una máquina diseñada para medir y traducir la esencia del último latido. A pesar de ofrecer una gran suma de dinero, ningún voluntario se apuntaba para mi experimento, por lo que me vi forzado a actuar por mi cuenta, reclutando participantes sin su consentimiento.

El primer experimento fue un desastre; al encender el Osmo Rads, el sujeto comenzó a gritar descontroladamente, obligándome a sedarlo con morfina, lo que alteró por completo los resultados. Aprendí que la ciencia para avanzar requiere sacrificios, entonces; lo sacrifiqué. A partir de esa ocasión, al enterrarles el cuchillo, comencé a utilizar tapones auditivos. Así evitaba los molestos alaridos.

Aquí presento un resumen de mis observaciones más notables:

 

  1. El Filósofo: En el momento en que la hoja del cuchillo encontró su corazón, la mente se le abrió como nunca. Con precisión lógica, analizó cada sensación mientras la vida se le escapaba. «¿Esto es todo?», se preguntó. Y mientras su conciencia se desvanecía, comprendió el sarcasmo de la vida: solo al morir, entendemos el verdadero valor de vivir.
  2. El Físico: Tras sentir la punzada, su mente se activó en un frenesí de cálculos. La trayectoria del cuchillo, la pérdida de sangre, la desaceleración del pulso; todo se redujo a ecuaciones. Pero en ese último latido, experimentó una epifanía, la vida era una derivada no resuelta.
  3. El Ateo: Al sentir el cuchillo se enfrentó a la ironía de su situación: había negado toda su vida la existencia de un más allá, y ahora, al borde de la muerte, se encontró deseando que hubiera algo más. En su último latido, su mente se llenó de oraciones.
  4. El Cómico: Aun cuando el cuchillo se hundía en su corazón, buscó el humor. «Supongo que esto es lo que se llama tener el corazón roto», bromeó con un susurro. En su último latido, se rió de la paradoja de la vida y la muerte, encontrando consuelo en la idea de que su acto final fue traer una sonrisa, aunque solo fuera a sí mismo.
  5. El Escritor: Siempre enredado en tramas de su propia creación, enfrentó su final con una ironía digna de una de sus novelas. Cuando el cuchillo cortó su corazón, en lugar de pánico, encontró inspiración. Su mente, en esos últimos momentos, tramaba cómo narraría esta escena, cómo describiría el dolor, el miedo, la aceptación final. Y mientras su corazón latía por última vez, se dio cuenta de que había encontrado su cierre perfecto, un final que, aunque trágico, era suyo.
  6. El Actor: Con su corazón atravesado, cayó al piso. En su último latido, me sonrió, entregando una última y convincente actuación. Comprendió entonces que el guion de su vida había sido un engaño, una mera sucesión de escenas bien interpretadas.
  7. El Paranoico: Siempre temeroso de conspiraciones y traiciones, finalmente enfrentó su temor más grande. Al sentir el cuchillo, su mente se llenó de validación. En su último latido, suspiró aliviado, pues al fin su paranoia había sido justificada.
  8. El Sádico: Conocido por su crueldad, experimentó una ironía retorcida cuando fue él quien sintió el filo de un cuchillo. En esos últimos momentos, mientras su corazón latía con dolor, sonrió siniestramente, apreciando la exquisitez del dolor que tanto había infligido a otros.
  9. El Masoquista: Al sentir el cuchillo en su corazón, enfrentó el dolor con una mezcla extraña de agonía y placer. En su último suspiro, su mente se llenó de una satisfacción oscura; había encontrado, al fin, la sensación más intensa y liberadora que su corazón torturado podía desear.

 

Todo iba bien en mi investigación hasta que cometí un error con el indeciso. No anticipé que su miedo a morir superaría su indecisión. Justo cuando estaba por enterrarle el cuchillo, por primera vez en su vida, tomó una decisión: me golpeó y huyó. Fue así como logró denunciarme y en cuestión de horas fui apresado. Ahora, sentado en la cámara de gases, frente a ustedes, me pregunto cómo será mi último latido.

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