Ana Patricia Martínez

El secreto

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Cerraba los ojos evocando imágenes de su niñez. Se veía jugando a la pelota con sus abuelos paternos siempre cariñosos y divertidos. Iba en un largo vuelo con destino a Madrid, lugar dónde los visitaría en un asilo. Se acomodó en el asiento para disfrutar de sus recuerdos.

Había tenido que recurrir a los servicios de un detective para encontrarlos y para conseguir una tarde de visita, para lo cual tuvo que suplicarle mucho a la pareja de ancianos que estaban reacios a recibirla.

Nunca entendió el porqué de su separación, sólo recordaba que, cuando tenía siete años, los dejó de ver. Esa fue una época terrible, su padre había muerto después de meses de enfermedad y cuando más los necesitaba, sus abuelos decidieron irse a vivir a España.

Aún así, no había explicación para la falta de llamadas o cartas. Intuía algún desacuerdo con su madre puesto que ella no los volvió a mencionar. Y Ahora que tenía veintiún años era el momento de saber si todavía la querían y porqué no siguieron en contacto con ella, su única nieta. Ya no tendría que sortear el muro de silencio que le impuso su madre y que trató de traspasar algunas veces sin obtener resultados.

Lo que sí sabía es que su niñez dejó de ser despreocupada y alegre y que, la muerte de su padre, dio pasó a una madre amargada y rígida que se dedicó a ella y quién nunca tuvo otra pareja. Ahora vivían separadas porque Mariana decidió independizarse desde los dieciocho años cuando se fue a estudiar su carrera de psicología, fuera de la Ciudad de México.

Viviendo en Guadalajara hizo muchos amigos y se dio cuenta de que su relación con su madre era disfuncional, quizás por esto escogió esa carrera. Y, ahora, estaba lista para conocer las razones de la separación de sus abuelos. ¿Por qué renunciar a lo único que les quedaba de su hijo?.

Tomó un taxi del aeropuerto al asilo y, mientras admiraba la belleza de la ciudad sus plazas, fuentes y monumentos, repasaba las preguntas que les haría: ¿Por qué dejaron de quererme en el momento más triste de mi vida? ¿No les importó mi dolor? Los recordaba deshechos en el funeral, abrazados a ella y luego de unos días, ya no supo nada de ellos. ¿Cómo pudieron cambiar tanto sus sentimientos?.

Entró a la recepción y se anunció, ya la esperaban en una sala. Los reconoció aún después de tantos años, claro que detrás de muchas arrugas y canas. Pero eran ellos, no pudo contenerse y los besó con miedo al rechazo. 

Y no hubo más que alegría, abrazos y caricias. Era como si no se hubieran dejado de ver, cuando llegó la calma, hizo sus preguntas.

La respuesta la golpeó como sí el techo cayera sobre su cabeza. Ellos le informaron que, la sirvienta de la casa de su hijo, los visitó para informarles que su madre había envenenado a su padre con anticongelante porque la golpeaba brutalmente. Y que no se le hizo autopsia porque hasta el doctor creía que estaba enfermo y así la auto viuda pudo cobrar el seguro de vida.

Quedaron devastados al saber que su hijo fue tan malvado y por saber del asesinato, no tenían derecho a juzgar a su nuera y, además mandarla a la cárcel dejaría a la niña en la pobreza y en la orfandad y no devolvería a la vida a su hijo. Decidieron callar y alejarse por amor a su nieta y ahora estaban felices de ver que su decisión fue acertada.

Desde ese día, Mariana cortó todo contacto con su madre y se fue a vivir a España.