El primer diez
Leire Mogrobejo
—Mamá, en el colegio, tenemos que invitar a uno de nuestros padres para que nos expliquen en qué han trabajado o en qué trabajan ahora. Luego, les hacemos preguntas si tenemos dudas. ¡Porfa, mami!, me gustaría que vinieras. Es el viernes de la semana que viene.
—Claro que voy a ir, Dylan; no me lo perdería por nada en el mundo.
—¿Y les contarás lo de las medallas que tenemos en el salón?
—Por supuesto, mi amor; venga ahora a la cama a dormir.
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—Buenos días, clase, es un honor estar aquí y voy a contaros la historia de mi primer trabajo: el de gimnasta olímpica.
—¡¡Wow!! —exclamaron los alumnos al unísono.
—Nací en Rumania; era una niña muy movediza y, con tan solo seis años, mi mamá me llevó a un gimnasio para que acabara con esa energía que tenía. Al cabo de unos años, empecé a participar en competiciones nacionales y, poco a poco, participé también en concursos internacionales. Me encantaba entrenar; pasé de hacerlo durante cuatro horas semanales a hacerlo ocho horas al día.
»A los catorce años participé en las Olimpiadas en Montreal, Canadá; estaba segura de que lo haría bien, puesto que dediqué mucho empeño y trabajo en ello. Hay que trabajar duro en todo lo que nos proponemos, si tenéis una meta. Hay que luchar por esta meta.
»Cuando realicé mi primera exhibición en las barras paralelas, ¡lo clavé! Los sorprendí por mi forma de realizar el primer salto. Me lancé al revés, y les encantó mi final: doble flip, seguido de un salto con las piernas en horizontal y con los brazos abiertos, como si fuera un águila. He traído una foto para que lo entendáis mejor.
—¡¡Alaa!! Pareces un ángel —acotaron los críos.
—Pues, cuando aterricé en la colchoneta, no me moví ni un centímetro; me quedé como una estatua.
—¿Y cuántos puntos ganaste? —preguntó un crío en la primera fila.
—Muy buena pregunta. Me votaron 1,00.
—¡Vaya, eso no es nada! ¿Lo hiciste tan mal? —preguntó otro.
—¡Qué va! Al principio, pensé: “¡Jo!, me podían haber dado más puntos, ¡lo hice bien!”. Y, de repente, después de unos segundos de silencio, todo el estadio se puso como loco a aplaudirme y a felicitarme. En realidad, no era 1,00, ¡era un 10! Resulta que el tablero electrónico de puntos no estaba configurado para un 10: el número máximo de puntos que podía dar era de 9,95. Fue el primer diez de toda la historia de las Olimpiadas, en 1976. Y no solo conseguí un diez, sino siete dieces en total. Gané cinco pódium de seis, con tres medallas de oro, una de plata y una de bronce, en diferentes disciplinas.
Después de estas Olimpiadas de Montreal, pasé a la historia como una de las mejores atletas de gimnasia de todos los tiempos; solo tenía catorce años.
»Ahora tengo una asociación para fomentar el deporte, y también me dedico a obras de caridad. Si no hacéis ningún deporte, apuntaos a uno; si no sabéis cuál, pueden probar. El deporte es muy importante para la salud.
El aula rompió en aplausos, lo cual dejó a Dylan muy orgulloso de la presentación de su mamá.
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—¿Qué tal la charla con los chavales del colegio? —preguntó el marido de Nadia cuando estaban a solas.
—Muy bien; estaban como locos, y Dylan era el que más lo estaba. Claro que no he contado la cara oculta de las Olimpiadas.
—¿Lo del abuso de tu entrenador, o lo de que el presidente Ceausescu te utilizó como propaganda de héroe socialista?
—Pues todo un poco; ya sabes: me exprimieron y, cuando empecé a desarrollarme, dejaron de interesarse en mí. Me usaron como un trapo. Menos mal que pude escaparme del régimen autoritario, y pude llegar hasta América. Lo mejor que me ha podido pasar es haberte conocido y haber tenido a Dylan.
—Venga, cariño, no pienses en el pasado; las Olimpiadas, para bien o para mal, han hecho de ti la persona que eres hoy. Nadie te olvidará: Nadia Comaneci, la primera atleta de gimnasia en conseguir un diez.