El loco la picó
Darwin Redelico
Para Nico el día se presentó atípico desde muy temprano. Sus otros sentidos, a falta del de la visión, absorbían toda la adrenalina y ansiedad que inundaba la casa de los Celestino, y embriagaban de emoción al chico de ocho años.
Allí se vivía pasionalmente el fútbol, y más cuando once gladiadores color cielo se debatían en los verdes coliseos del mundo, defendiendo el orgullo de una nación unida tras el rodar del balón.
A la fiesta del mundial 2010, Uruguay había entrado por la puerta trasera. Y como ese tímido invitado que con el pasar de las horas se desinhibe hasta ser protagonista, ya estaba entre los ocho mejores. Aquel viernes 2 de julio de Sudáfrica, los Celestino se aprestaban a disputar una batalla contra Ghana. Quise decir contra África. Contra África y el mundo.
El padre (cuya situación de desempleado parecía de otra vida) acomodó la tribuna y organizó todo para que no se le escapara detalle. La madre preparó la picada, infaltable compañera de hazañas y frustraciones.
La abuela, admiradora de Forlán porque era lindo, también precalentó. Ángela, Fabián y el “Colo”, los hermanos mayores de Nico ya estaban uniformados con camisetas, bufandas y gorros del mágico color y enarbolando banderas.
Las últimas indicaciones: la cábala se respeta, nadie acusará a los Celestino de provocar una derrota. En el sofá, de izquierda a derecha forman la abuela, Nico y Fabián. En una silla a la derecha el padre, a la izquierda la madre. Delante del sofá en la alfombra van Ángela y el “Colo”, en ese orden.
Aunque Nico no podía ver el partido, seguía todas las incidencias. Había decodificado el lenguaje corporal de los demás: por ejemplo, si Fabián se apoyaba sobre el borde del asiento, Uruguay atacaba. Cuando se recostaba, Uruguay se defendía. Al acomodar la cadera de costado, el partido está aburrido. Si el juez pitaba algo desfavorable, lo golpeaba con el codo.
Faltaba poco para terminar el primer tiempo. La tensión era agobiante y el calor hizo que Nico sintiera la necesidad de quitarse la remera. Dos minutos más tarde, Muntari convierte para Ghana: África 1 Uruguay 0. Se quiebran los códigos y en público el padre culpó al niño, lo acusó de romper la cábala. Le ordena colocarse la remera. La experimentada abuela lo consuela, no puede dejar que el novato se deprima.
Y la revancha vendría: de pronto un terremoto a su alrededor, un vaso de cerveza helada y papitas volaron sobre su cabeza: ¡gol uruguayo! La abuela lo gritó desaforadamente, era de Forlán. 1 a 1.
Nico resistió estoicamente en su lugar con la remera sudada y sus piernas y cabello empapados en cerveza, pues ya tenía tarjeta amarilla. En el último minuto una montaña rusa de emociones pondría a prueba la fortaleza espiritual del equipo: la felicidad por un gol evitado sobre la línea, seguida de una catarata de improperios cuando cobraron un penal en contra y expulsaron a Suárez. Si convertían, estábamos eliminados. Nico intentaba desenredar esa maraña de sensaciones.
“¡Nos quieren afuera del Mundial!” decretaron los padres y se fueron. La abuela entonces le susurró al oído a Nico: “¿sabés que hacia mi abuela para que alguien se equivocara?”. “¿Qué?”. “Repetía el nombre del jugador al revés. ¿Quién patea?” A esa altura solo Ángela quedaba en la tribuna aguantando los trapos: “Gyan”. Entonces los tres oraron: “Nayg” hasta que …. “! lo erró!” gritó Ángela por toda la casa arengando a la tropa a retomar posiciones: ¡a los penales!
Están 3 a 3 y a Uruguay le resta el último. Nico había recibido un puñetazo de su hermano por cada frustración, o un codazo para festejar. El encargado era el “loco” Abreu, famoso por sus ejecuciones a lo Panenka. “¡Por favor! Que no la pique” se oyó. “Mirá si la va a picar, un penal tan importante”.
“La va a picar y vamos a ganar” auguró Nico.
“Que sabrás vos, si nunca lo viste” le increparon.
Como si el mundo se hubiera detenido, como si solo fuera real la oscuridad y el silencio, así lo sintió el niño hasta que alguien proclamó: “La picó, la picó”. Gooool!!! Más lluvia de cerveza, abrazos, rodillazos, besos.
Y desde aquel viernes 2 de julio de Sudáfrica, Nico sigue jurando a los incrédulos “ciegos” que ese día vio la picada del “loco”, el llanto de su padre y el guiño cómplice de la abuela que ya no está con él.