El debate

Gonzalo Tessainer

El pueblo de Villajusta no ha tenido un nuevo alcalde desde hace dieciséis años. En las últimas cuatro legislaturas, una única persona ha sido la que se ha presentado para ese puesto y, obviamente, su nombre ha sido el protagonista en las urnas electorales. Pero esta singularidad va a cambiar, ya que Pepe tiene un rival: su hermano Paco. 

Lo que comenzó siendo una pequeña disputa entre hermanos, con el paso de los meses fue adquiriendo unas cotas de intensidad que ninguno de los implicados supo frenar. Este enfrentamiento hoy avanza un poco más y, con la excusa de asistir a un debate electoral en el salón de actos del pueblo, sus habitantes esperan ser testigos de una nueva disputa familiar que les dará tema de conversación y chismorreo durante semanas. 

Está preparado el salón de actos, donde tendrá lugar el combate dialéctico. Las sillas están desplegadas y colocadas; el suelo, recién barrido y fregado; y las fotografías de campaña electoral de cada uno de los candidatos, colgadas en las paredes del edificio junto al logo de sus partidos políticos. En el escenario se encuentran dos atriles de madera de nogal que a simple vista parecen iguales pero, si se observan de cerca, pueden apreciarse ligeras diferencias. Uno lleva siendo testigo de los discursos de Pepe y de sus anteriores dueños durante todos estos años. El barniz de su bandeja ha perdido brillo a causa de los escupitajos que suelta el actual alcalde cada vez que lo usa para anunciar noticias relevantes a su pueblo, tal y como él lo llama. En cambio, el otro atril tiene su barniz intacto, y su brillo hace que delate su falta de experiencia. Por el momento todo está en silencio, hasta que se oye una voz proveniente del escenario.

—¡Qué alegría me da saber que tengo compañero! ¡Ya ni sé la de años que llevan poniéndome en medio del escenario a mí solo! —dice el atril experimentado.

—Yo también me alegro de conocerte, aunque estoy un poco nervioso. Este es mi primer debate —responde el atril novel. 

—Antes de que llegara aquí, estuve en alguno, pero de eso hace años. ¡Ya casi ni me acuerdo!

—Entonces, ¿qué has estado haciendo estos años? —preguntó el joven atril.

—Pues he vivido muy bien, la verdad. Estos años me han usado para el pregón de las fiestas, para anunciar los ganadores de algún premio y para que Pepe dijera su discurso de agradecimiento a sus votantes. 

—¿Y quién es su oponente?

—Dicen que es su hermano, pero no lo sé con certeza —murmuró el atril experimentado—. Ya sabes que en los pueblos hay muchas habladurías.

—¡Estoy nervioso, la verdad! Formar parte de un acto tan importante y democrático me emociona.

—¡Calla! ¡Ya empieza a entrar la gente! ¡Relájate y disfruta!

 

Los dos atriles ven cómo los ciudadanos de Villajusta entran en el salón de actos. Algunos se sientan, otros se quedan de pie, unos pocos asoman la cabeza por la puerta principal… pero todos con un elevado tono de voz que delata la excitación que les causa poder presenciar en directo el duelo entre los dos hermanos. Todos quieren ver el espectáculo que va a comenzar, sin importarles las promesas políticas que los dos candidatos van a pronunciar. 

Tras unos minutos, los candidatos suben al escenario y cada uno ocupa un atril, hecho que hace que la  multitud guarde silencio. Comienza hablando Paco, pero no pasan ni dos minutos de su discurso cuando Pepe lo interrumpe con un fuerte bocinazo acompañado de un insulto. El hermano responde, lo que provoca que algunos de los asistentes lo apoyen a voces mientras que otros lo increpan. El ambiente se va caldeando hasta el punto que el hijo mayor de Pepe empieza a lanzar tomates a su tío. Con tanta mala suerte que uno de esos tomates da al novato atril, manchando su base. Tras hora y media de espectáculo, el recinto se vacía y los atriles vuelven a estar a solas.

 —Pero ¿el trabajo de los políticos no es hacer la vida mejor a los ciudadanos? —pregunta el recién estrenado atril.

—¡Ay! Había olvidado decirte que una cosa es la teoría y otra, la práctica.