Hipermnesia

Ramiro de Dios

Es irónico; la temporalidad de la vida humana es tan insignificante considerando el tiempo que ha transcurrido desde el inicio de la existencia… Un solo ser humano es irrelevante dentro de los miles de años que lleva la humanidad en la Tierra. La vida de una persona, con sus memorias, experiencias, tristes, felices o insignificantes, equivale  a tan solo el 0,02% de lo que lleva humanidad habitando la Tierra. La vida es ridículamente finita, un suspiro de materia dentro del cosmos; y, aun así, los humanos nos damos el lujo de no recordar nuestras propias vivencias. 

 

Una persona normal, ¿cuántos de sus propios cumpleaños recuerda? ¿Cuántos “Te amo”, abrazos inesperados, momentos de empatía o risas provocativas de orina tenemos en la mente? ¿Cuántos?

 

La realidad es que somos tan ignorantes de nuestra propia existencia que difícilmente nos percatamos de los acontecimientos que nos mantienen con ánimo para continuar. Lo vemos normal; aspirar a la felicidad sin siquiera denotar su origen. Nos limitamos a tan solo recordar el nacimiento de nuestros hijos, el día de la boda y ya está; acaso…  ¿para el humano los demás días son intrascendentales? ¿Y la felicidad qué?, ¿toda una vida para poder contar con los dedos los días en que fuimos verdaderamente felices? Somos tan exigentes que requerimos del éxito en la totalidad de un día para que merezca ser recordado, pero…  ¿y los días con pequeños detalles?, ¿el saludo que te alegró el día, la felicitación por algún logro, el momento improbable que te arrebató una carcajada, todos esos lapsos de donde uno podría darse fuerzas en momentos de crisis quedan desechados? Somos ignorantes empedernidos, exigentes insatisfechos y felices por ocasión. 

Y, por el otro lado, la tristeza, lo que deprime. Estamos tan acostumbrados al transcurso del tiempo que “sanamos” sin darnos cuenta. Y lo vemos normal; nos empecinamos en la idea de que el tiempo lo cura todo cuando, la verdad, no ha sanado absolutamente nada; simplemente, olvidamos la herida, la dejamos aislada en un rincón de nuestro subconsciente. La abandonamos al punto tal que pareciese que nunca estuvo ahí, desgarrando el alma, provocando sufrimiento. Ese dolor causante de noches en vela y almohadas húmedas no lo curó el tiempo: fueron las deficiencias de nuestra consciencia las que nos obligaron a olvidar. Y lo sentimos normal; así son las personas normales desde el inicio de la humanidad. 

Tristemente, yo no soy normal. Tengo veinte años calendario, la sabiduría que me han otorgado los quinientos ochenta y siete libros que he leído y la percepción de estar vivo, equivalente a trescientas vidas humanas comunes. 

Nací así: recordando. Recuerdo haber salido del vientre de mi madre, la nalgada del doctor y la sensación de respirar por primera vez. He escuchado a gente confesarme su envidia por la extraordinaria memoria que poseo seiscientas veintitrés veces. Siempre fui consciente del magnífico poder del que disponía; y, aun así, fui tan estúpido como para enamorarme. Transmuté mi don en mi peor maldición. 

Las desventajas de estar enamorado y poseer una memoria prodigiosa al mismo tiempo son las siguientes: 

 

  • Recuerdas cada vez que dices: “Te amo” y la otra persona no contesta. 
  • Develas las apariencias. Te das cuenta a detalle de cómo va cambiando su actitud hacia ti con el paso del tiempo. 
  • Te enteras de todas las mentiras. Al principio, le resultará fácil mentir a la otra persona, pero recordemos que el tiempo es el peor enemigo del ser humano, por lo que, inevitablemente, caerá en alguna contradicción y se evidenciará. 
  • Recuerdas todos y cada uno de los gestos de asco que hacen hacia tu persona. Forma, duración, ángulo, día y hora. 
  • Es muy fácil conectar los puntos. Te cuenta de un “amigo”, luego de vivencias que tuvo con otras personas, después de los días felices que recuerda en los que en ninguno apareces y terminas por darte cuenta de que se trata del exnovio del que sigue enamorada. 

 

Es irónico. Me libré de la ignorancia existencial a la que están condenadas las personas y, aun así, no pude salvarme de uno de los peores errores del ser humano: enamorarse de alguien sin ser correspondido.