Dos limonadas

Gonzalo Tessainer

La sonrisa de Tomás adorna el espejo que se encuentra en la entrada de su casa. Las arrugas que tiene alrededor de sus ojos azules no son capaces de opacar la ilusión de su mirada. Sus manos cogen un clavel blanco y, con cuidado, lo colocan en el ojal de la solapa de su chaqueta. Sale de su casa y, aunque su cuerpo está en el presente, su mente se encuentra cincuenta años atrás. Él no siente que está paseando por unas calles perfectamente adoquinadas con viandantes que mantienen conversaciones con interlocutores lejanos cuyas voces están en sus oídos. Tampoco que está pasando por delante de escaparates de cadenas internacionales de ropa en donde la identidad de sus clientes ha perdido importancia para dar protagonismo a unas prendas que los uniforman, sin que sean conscientes de este hecho. En su lugar, los adoquines de las calles están agrietados y se confunden con una carretera por la que circulan vehículos carentes de grandes prestaciones. Los escaparates de las tiendas venden sueños terrenales a través de artículos cargados de autenticidad. Tomás consulta su reloj y, al ver que solo faltan cinco minutos para que lleguen las cuatro de la tarde, acelera unos pasos que lo conducen hasta la Cafetería Caricias.

—Buenas tardes, caballero, ¿qué desea? —pregunta un camarero.

—Dos limonadas, por favor.

Pocos minutos más tarde, el camarero deja las bebidas en la mesa en la que Tomás está sentado. El anciano barre con su mirada el local, repara en los cambios que se han producido desde la primera vez que entró y cierra sus ojos para que su mente viaje a aquella tarde de abril de hace cinco décadas. Cuando los vuelve a abrir, la pintura de las paredes se ha transformado en papel estampado de flores. Las sillas metálicas que rodean las mesas han adquirido la forma de pequeñas butacas tapizadas de terciopelo azul, y el olor a limpio que se respira en el lugar ha dado paso a un aroma que combina el café recién hecho, la bollería horneada y el tabaco de unos clientes que sueltan bocanadas de humo cargadas de promesas imposibles de cumplir. La cafetería está llena de personas cuyas voces son acompañadas por la melodía de un gramófono que se encuentra en el otro extremo del local. Algunas hablan, otras ríen y unas pocas susurran secretos al oído de sus acompañantes. De todas ellas, la única que le importa a Tomás es la de Luisa, la joven con la que tiene una cita.

—¿Está buena la limonada? —pregunto.

—¡Sí! Está muy fresquita. ¡Es increíble que esté haciendo tanto calor en esta época del año!

—Espero que el paseo por el río no te haya cansado mucho.

—¡Me ha encantado, Tomás! Los cerezos del parque fluvial dan al paisaje un aire mágico.

—Nunca lo había pensado, pero es cierto.

—¿Qué día del mes es hoy? —pregunta Luisa sabiendo la respuesta.

—Es catorce de abril. Un día que difícilmente olvidaré.

 —Si te soy sincera, siempre también recordaré esta fecha. 

 La pareja guarda silencio durante unos segundos y se miran a los ojos. El azul de los de Tomás se mezclan con el color miel de los de Luisa, lo que da como resultado un verde que coloreará su futuro en común.

 

—Tomás, eres tan detallista… Siempre recuerdas la fecha de nuestra primera cita y me encanta que tu mente me llame para que acudamos a la cafetería en la que tomamos nuestra primera limonada.

 —Hoy no es el único día del año en el que te recuerdo —el anciano comienza a llorar—. ¡Estoy tan asustado, Luisa! Me han detectado una enfermedad y en unos días comienzo el tratamiento. ¡Cuánto me gustaría que estuvieras conmigo!

 —No debes tener miedo. Siempre has afrontado todos los problemas de la vida con valentía. ¿Recuerdas lo último que dijiste antes de que me fuera?: «El mundo está carente de valientes, ya que el cielo se está quedando con todos ellos». Quizá esté llegando el momento de añadir uno más para que se quede a mi lado. 

 —Puede ser que tengas razón. ¡Cada vez estoy más cansado! Siento que queda poco tiempo para dormir juntos de nuevo.

—Cuando suceda, nuestros pasos pisarán un sendero que fue pavimentado con las ilusiones que compartimos en vida. Tomás, cuando el último soplo de tu alma apague la tímida luz de tu corazón, las llamas del mío alumbrarán tu camino. Hasta que eso ocurra, te seguiré esperando.

Con esas palabras, Tomás vuelve a la realidad y, secándose las lágrimas con un pañuelo con la letra ele bordada en una de sus esquinas, abandona la Cafetería Caricias.