Currucas de Tennesse

Fernanda Almagro

“Nunca me gustaron los espejos. Quizá en otra vida fui pájaro”

Aparecieron en el suelo, sin vida, moribundas o heridas, formando una siniestra alfombra de amarillo.

Algunas aun tenían sus alas extendidas, su final fue fulminante. Otras las plegaron con tristeza como para envolverse con ellas antes de morir.

Las que aun respiraban cerraban sus ojos ante el lúgubre espectáculo. Sus cuerpecitos rozando los de sus familiares y amigos, al principio calientes, sin poder hacer nada hasta notarlos fríos.

 

Octubre. Canadá.

Por fin soplaba el viento del norte. Comenzaba el gran viaje anual. Huían del otoño y del posterior invierno. Miles de kilómetros que recorrer pero no importaban los peligros. Se tenían las unas a las otras. Juntas podían ser invencibles. Tenían la ruta grabada en sus pequeños cerebros y el corazón palpitando aceleradamente por la nueva aventura. Incluso las que harían por primera vez el recorrido parecían tener una brújula en su ADN que los llevaría hacia su destino.

El cielo se convirtió en un mar naranja y rosa. Todas sabían el lugar de encuentro sin tener que anunciarlo. El sonido de miles de alas agitándose, de cientos de cantos inundó la zona que se tiñó de incontables manchitas amarillentas. “¡Adelante!”, parecían decir todas.

Volaron casi rozándose unas con otras. Nadie reñía ni remoloneaba por ir entre los primeros puestos, los más agotadores. Simplemente si se cansaban, alguna ocuparían su lugar. A veces tres o cuatro se retiraban del grupo rodeando a la agotada o enferma. Esperarían con ella unos días hasta que se recuperara o muriera.

Llevaban unos pocos de cientos de kilómetros. Anochecía. Todo parecía ir bien cuando de repente apareció aquel firmamento tan azul, brillante, enmarcado en el centro del parque, como si de un cartel luminoso se tratara, gritando :“¡vamos, seguid por aquí!”. 

El cielo los noqueó con toda la fuerza del vuelo. El espejo gigante no tuvo compasión. Se oyeron más de mil golpes y más de mil currucas cayeron fulminadas terminando allí su viaje. Las pocas que sobrevivieron continuaron apesadumbradas, por el miedo, por la impotencia ante  esa “nada” que había asesinado a sus compañeras.

 

“Más de 1.000 aves migratorias( la mayoría currucas) murieron días pasados en Chicago (EEUU) tras chocar contra un edificio de convenciones, lo que pone de manifiesto el peligro que para estos animales supone un tipo de construcción poco respetuoso con el entorno y la biodiversidad .

Empleados del Museo Field de Chicago recogieron en la noche posterior a la colisión más de mil aves muertas que habían chocado en vuelo contra el McCormick Place Lakeside Center, un centro de convenciones situado a orillas del lago Michigan, según declaró a la CNN Annette Prince, directora de Chicago Bird Collision Monitors.”