Mireya Castizo
Preferiría no hacerlo
Preferiría no hacerlo. No nombrar, no contar a nadie -ni a mí misma- qué siento por X. Hasta donde sé estoy perdida y locamente enamorada, sin remedio. Pero me resisto a hacer de ello un tema, un objeto a tratar, una cuestión que valorar. Sobre todo no quiero traicionarnos, romper lo que hasta ahora sólo es una complicidad sin adjetivos ni sustantivos.
Somos guardianes de un secreto, si es que es posible que haya secretos de más de una persona. Los poemas que le dedico sólo nosotros los conocemos. Al principio, por ejemplo, me atreví a enviarle esto:
《Algún día te visitaré
y estarás tan colibrí, tan tobogán,
tan mosca en zig zag,
tan mirando a un millar de hormigas arrancando la pared.
Del tiovivo saldrán los caballos disparados.
El mar será champán. Los rayos:
Dios cayendo en la cuenta; y las centellas:
nuestros cuerpos con los ojos cerrados.》
No todos los días le mando declaraciones de amor. Pero cada día, eso sí, nos contamos algo. No tiene por qué ser algo trascendental. Puede que hablemos de algún suceso del día o un libro o una peli que hayamos visto o leído; puede ser una tontería también. A veces no sé qué contarle. Aún así escribo cualquier cosa, añado una pincelada a nuestra Mona Lissa invisible. Es como andar en un alambre, construyendo algo a partir de un hilo. Una tarea sutil y delicada, siempre casi a punto de quebrarse. La llama, por el momento, sigue ardiendo. Estamos los dos llevando la antorcha de los JJOO del Amor.
Un día X no me escribió ( el ritual exige una comunicación al día) y yo, sumida en la desesperación, se lo hice notar con esta misiva:
《Voy dando estúpidos tumbos
me poso en la rama y veo marchitarse la tarde
Asalto trenes y desprecio el oro
me zambullo en las calles que no conducen a ti
Vaya donde vaya sé que no vendrás
Más adelante sólo hay reverencias alucinadas
Vaya donde vaya sé que no vendrás
Ausencia ridícula y pertinaz
Ausencia ausente
Mi presencia es este instante
mientras deshojo la flor
Al menos tendré un tallo al que agarrarme》
La respuesta suya no se hizo esperar. Menos mal. Cualquier día X podría no volver. O pudiera no querer ir yo.
Nuestro pacto tácito de escribir un mensaje diario nos obliga a no bajar la guardia. Mantenemos una correspondencia que se rige por ese ciclo, como la Tierra alrededor de su propio eje. Nuestra penitencia.
Él tiene novia. Desconozco todo de ella, desconozco si conoce «mi (nuestra) historia» o en qué términos será narrada. Yo, por lo pronto, lo mantengo en secreto. Rotundo secreto. Es mi amor furtivo. No somos amantes, ni amigos, mucho menos novios. No somos «nada». Aún así yo deseo compartirle cada perla que encuentro en mis días y mis noches. Simplemente porque sin X no las buscaría. Le pertenecen.
Quizá prefiero no contar todo esto a nadie por miedo a que se convierta en humo. Igual es que sólo es humo. O un sueño. Y no me quiera despertar. Aunque puede que algún día, quizá, esta historia se la cuente a alguien. Alguien que me diga que el amor romántico es una majadería. O alguien que piense que sin amor nada vale la pena. Quizá ese día esta historia deje de ser mía (y de X). Quizá ese día al fin me libere de mi actual destino, de mi única dirección y sentido. Quizá por eso deba seguir siendo un secreto sin adjetivos ni sustantivos. Quizá hoy haya dicho demasiado.